lunes, 31 de diciembre de 2012
RECUPERANDO LA MEMORIA DE SEVILLA: CONFITERÍA LA CAMPANA * IV
La confitería, haciendo esquina con Sierpes |
Obra de arte: un pasito de repostería, con sus nazarenos |
LA CAMPANA: MÁS DE UN SIGLO ENDULZANDO LA VIDA Y EL PALADAR DE LOS SEVILLANOS...
Decir, en Sevilla, La Campana, es despertar en el paladar un sabor de dulces y café que ya forma parte del mosaico sensitivo en el que se configuraba la forma de la ciudad. Durante más de un siglo, de,
su obrador ha salido una confitería muy selecta hasta el punto de
convertirse en sinónimo de calidad. Es una isla de esmero y exquisitez
en medio de tanta dictadura industrial que padecemos. Verán, todo se
remonta a noviembre de 1885, cuando desde Filipinas retorna a montar la herencia artesanal de los árabes y cultivarla en una casa del siglo XVIII que proveería a los mismos Reyes de España.
Siempre América, entrelazada con el destino de los españoles que levantaron de la nada grandes y prestigiosos negocios en Sevilla. Antonio Hernández Merino había dejado tras de sí un puñado de casas de postín en el centro de Manila cuando decidió comprar un edificio cuya escritura de construcción data de 1734, y que albergó desde entonces una confitería que tomó el nombre de la plaza a la que hacía esquina. De Filipinas se trajo como esposa a una nativa hija de españoles. Todavía en la II Guerra Mundial existían en la zona de las calles Echagüe y China de Manila, las posesiones que habían sido del fundador de La Campana, cuya efigie luce hoy, en el despacho del establecimiento. La proliferación de herederos dispersó aquel legado por cuya destruccuón el Gobierno de Estados Unidos hizo efectiva una indemnización que era como el acta de defunción del imperio decimonónico creado por este confitero en las últimas colonias españolas.
Varios años después de cumplir su centenario, La Campana llevó a cabo la reforma que le devolvió su prestancia de 1922, año en que está fechada la bellísima azulejería trianera, de los prestigiosos ceramistas: Manuel Ramos Rejano y Enrique Orce Mármol que sigue decorando el local. Aprovechando la obra-que puso en ascuas a muchos amantes de lo nuestro-se hicieron moldes de los fragmentos de frisos con motivos mitológicos que adornaban parte de los techos, así como de los capiteles y canecillos. Los propietarios, y al frente de ellos Carlos Hernández Requejo y José Antonio Hernández Tierno, ambos nietos del fundador, no repararon en gastos a la hora de recuperar el añejo esplendor de la casa, y así encargaron por ejemplo el hermoso y bellísimo escaparate de caoba que hace las delicias-también por su rico contenido-de los golosos más redomados.
En La Campana nos queda uno de los decorados más dignos y clásico de la Sevilla de la Restauración -tardía, como siempre en incorporar movimientos estéticos-lo demuestra el hecho de que allí se rodara una escena de la versión muda de "Currito de la Cruz", porque en la novela el protagonista prometía que si triunfara en La Maestranza invitaría en La Campana, ejemplo de exquisitez y lujo en su género.
Durante una larga temporada, se hicieron famosos unas especialidades de La Campana que todavía se pueden ver en un catálogo en sepia que conservan los propietarios, y que llevaban por nombre "platos completos". No crean que tienen nada que ver con lo que hoy nos sirven para comer rápidamente. Es todo lo contrario, ya difícilmente se puede imaginar un alimento más superfluo y rebuscado en aparaciencia que aquellos trabajos de enorme tamaño, en que se reproducían fuentes imaginarias de varias tazas rellenas de galguerías, o monumentos al santo de cuya festividad se tratase, o hasta un magnifico Puente de Triana-uno de los símbolos de Sevilla-, con la Capillita del Carmen incluida, que fue premiado muy merecidamente en el concurso de escaparate de 1907. Los ramilletes de crocanti, fruta escarchada y figuras de chocolates eran los materiales básicos de estas obras ideadas para echar muchas horas en su degustación e impresionar a las amistades.
Lo que Carlos Hernández define como estilo árabe a sido, como todo, el litmotiv de la historia de La Campana. Alfajores, pestiños, y yemas sevillanas parecidas a las de S. Leandro, torrijas, todo ello conforme a fórmulas propias y secretas procedente del fundador, engrosan esta nómina de productos que hacen las delicias de quienes buscan la pureza en la elaboración de la repostería: -"Se sigue utilizando la materia básica natural-dice Carlos Hernández-; los helados son de yema, azúcar y leche. Tal vez por eso La Campana es prácticamente el último lugar de Sevilla donde se puede consumir nata con la garantía de que es lo que es.
El secreto de la continuidad-indica el nieto del fundador-está en la afición. A mí me han venido a echar los tejos bancos a mansalvas, pero no trago. Tengo setenta empleados..." Hoy La Campana sirve multitud de banquetes y meriendas a domicilio, pero antes se limitaba a servir la producción de su obrador y atender el salón anejo, situado en la segunda casa contigua y donde, sobre todo, se tomaba heladería.
Aunque desde hace mucho se utiliza como obrador un edificio cercano, en tiempos legendarios, los pasteles se hacían en la tercera planta de la casa. En la primera vivía la familia, y en la segunda las dependencias de los internos, pues un establecimiento de esta antigüedad no podía faltar la tradicional plantilla de aprendices que se formaba al calor de la escuela constituida por el veterano propietario, hasta que decidían dar el salto y establecerse por sí mismos con los ahorros de la cuenta donde se depositaba su sueldo, generalmente al tiempo de casarse.
Hasta la proclamación de la II República, La Campana era el proveedor oficial de la Casa Real española, y no era raro ver a S.M Alfonso XIII entrar en el local durante sus visitas de primavera. Pero por allí han desfilado también figuras como Lola Flores, El Caracol, que cantaba saetas al Crito de Los Gitanos, "er Manué", desde su balcón, y muchísimos personajes célebres más.
Carlos Hernández Nalda, padre de Carlos Hernández Requejo era además Hermano Mayor
de Montensión, y su hermano José fue de la Soledad de San Buenaventura,
lo que motivó la costumbre mantenida durante muchos años de ofrecer
torrijas a los costaleros cuando los pasos enfilaban la calle Sierpes. -"Se metían por el costado llenos con un paño húmedo, y salían por detrás vacíos"-comentan los propietarios, al tiempo que recuerdan cómo para las
cuadrillas era un aliciente llegar a La Campana por este motivo. En el
caso de la Soledad, esta obra piadosa, que arranca de los años treinta,
se sigue manteniendo, sin que se rompa la compostura. La viuda de José Hernández Nalda y un hijo de ambos siguen con esta espléndida casa que es una de las pocas contenidas en Arquitectura Civil Sevillana que sigue en pie, (los amantes de lo meritorio que tiene Sevilla lo agradecemos infinito), y a la sensibilidad y al valor con que los propietarios han defendido el patrimonio, -ojalá algunos de sus miembros perteneciera al Ayuntamiento-, se protegería y embellecería lo que nos queda-. Desde la esperanza, esperamos que así ocurra algún día.
Entre bastidores, un grupo de sevillanos, velan porque se conserve la solera de este entrañable rincón de Sevilla que sigue deslumbrando a los sevillanos y turistas con olfato y sensibilidad.
Que sea por muchísimas generaciones más.
A su lado estuvo ubicado el famoso Café Cantante "Novedades", templo del arte flamenco, por el que desfilaron los más célebres cantaores/as, bailaores, guitarristas, etc. Actuar en él, significaba la consagración para los artistas.
Son parte de la Sevilla que se nos fue y tratamos de recuperar su memoria...
Siempre América, entrelazada con el destino de los españoles que levantaron de la nada grandes y prestigiosos negocios en Sevilla. Antonio Hernández Merino había dejado tras de sí un puñado de casas de postín en el centro de Manila cuando decidió comprar un edificio cuya escritura de construcción data de 1734, y que albergó desde entonces una confitería que tomó el nombre de la plaza a la que hacía esquina. De Filipinas se trajo como esposa a una nativa hija de españoles. Todavía en la II Guerra Mundial existían en la zona de las calles Echagüe y China de Manila, las posesiones que habían sido del fundador de La Campana, cuya efigie luce hoy, en el despacho del establecimiento. La proliferación de herederos dispersó aquel legado por cuya destruccuón el Gobierno de Estados Unidos hizo efectiva una indemnización que era como el acta de defunción del imperio decimonónico creado por este confitero en las últimas colonias españolas.
Varios años después de cumplir su centenario, La Campana llevó a cabo la reforma que le devolvió su prestancia de 1922, año en que está fechada la bellísima azulejería trianera, de los prestigiosos ceramistas: Manuel Ramos Rejano y Enrique Orce Mármol que sigue decorando el local. Aprovechando la obra-que puso en ascuas a muchos amantes de lo nuestro-se hicieron moldes de los fragmentos de frisos con motivos mitológicos que adornaban parte de los techos, así como de los capiteles y canecillos. Los propietarios, y al frente de ellos Carlos Hernández Requejo y José Antonio Hernández Tierno, ambos nietos del fundador, no repararon en gastos a la hora de recuperar el añejo esplendor de la casa, y así encargaron por ejemplo el hermoso y bellísimo escaparate de caoba que hace las delicias-también por su rico contenido-de los golosos más redomados.
En La Campana nos queda uno de los decorados más dignos y clásico de la Sevilla de la Restauración -tardía, como siempre en incorporar movimientos estéticos-lo demuestra el hecho de que allí se rodara una escena de la versión muda de "Currito de la Cruz", porque en la novela el protagonista prometía que si triunfara en La Maestranza invitaría en La Campana, ejemplo de exquisitez y lujo en su género.
Durante una larga temporada, se hicieron famosos unas especialidades de La Campana que todavía se pueden ver en un catálogo en sepia que conservan los propietarios, y que llevaban por nombre "platos completos". No crean que tienen nada que ver con lo que hoy nos sirven para comer rápidamente. Es todo lo contrario, ya difícilmente se puede imaginar un alimento más superfluo y rebuscado en aparaciencia que aquellos trabajos de enorme tamaño, en que se reproducían fuentes imaginarias de varias tazas rellenas de galguerías, o monumentos al santo de cuya festividad se tratase, o hasta un magnifico Puente de Triana-uno de los símbolos de Sevilla-, con la Capillita del Carmen incluida, que fue premiado muy merecidamente en el concurso de escaparate de 1907. Los ramilletes de crocanti, fruta escarchada y figuras de chocolates eran los materiales básicos de estas obras ideadas para echar muchas horas en su degustación e impresionar a las amistades.
Lo que Carlos Hernández define como estilo árabe a sido, como todo, el litmotiv de la historia de La Campana. Alfajores, pestiños, y yemas sevillanas parecidas a las de S. Leandro, torrijas, todo ello conforme a fórmulas propias y secretas procedente del fundador, engrosan esta nómina de productos que hacen las delicias de quienes buscan la pureza en la elaboración de la repostería: -"Se sigue utilizando la materia básica natural-dice Carlos Hernández-; los helados son de yema, azúcar y leche. Tal vez por eso La Campana es prácticamente el último lugar de Sevilla donde se puede consumir nata con la garantía de que es lo que es.
El secreto de la continuidad-indica el nieto del fundador-está en la afición. A mí me han venido a echar los tejos bancos a mansalvas, pero no trago. Tengo setenta empleados..." Hoy La Campana sirve multitud de banquetes y meriendas a domicilio, pero antes se limitaba a servir la producción de su obrador y atender el salón anejo, situado en la segunda casa contigua y donde, sobre todo, se tomaba heladería.
Aunque desde hace mucho se utiliza como obrador un edificio cercano, en tiempos legendarios, los pasteles se hacían en la tercera planta de la casa. En la primera vivía la familia, y en la segunda las dependencias de los internos, pues un establecimiento de esta antigüedad no podía faltar la tradicional plantilla de aprendices que se formaba al calor de la escuela constituida por el veterano propietario, hasta que decidían dar el salto y establecerse por sí mismos con los ahorros de la cuenta donde se depositaba su sueldo, generalmente al tiempo de casarse.
Hasta la proclamación de la II República, La Campana era el proveedor oficial de la Casa Real española, y no era raro ver a S.M Alfonso XIII entrar en el local durante sus visitas de primavera. Pero por allí han desfilado también figuras como Lola Flores, El Caracol, que cantaba saetas al Crito de Los Gitanos, "er Manué", desde su balcón, y muchísimos personajes célebres más.
Interior de la célebre confitería |
Entre bastidores, un grupo de sevillanos, velan porque se conserve la solera de este entrañable rincón de Sevilla que sigue deslumbrando a los sevillanos y turistas con olfato y sensibilidad.
Que sea por muchísimas generaciones más.
A su lado estuvo ubicado el famoso Café Cantante "Novedades", templo del arte flamenco, por el que desfilaron los más célebres cantaores/as, bailaores, guitarristas, etc. Actuar en él, significaba la consagración para los artistas.
Son parte de la Sevilla que se nos fue y tratamos de recuperar su memoria...
Y dice el sabio proverbio..."La mejor solución de librarse de una tentación es caer en ella". |
NOta:
Un amable seguidor ha tenido la gentiliza de aportarnos un valioso dato histórico y a la vez curioso de esta prestigiosa confitería sevillana:es ésta...
"Resulta que donde está ubicada hoy día el obrador, fue un antiguo convento en su sótano, hoy bodega. Aún puede verse la forma de los nichos donde enterraban a las monjas"...
(Desconozco el nombre de éste seguidor), pero se lo agradezco mucho).
Un amable seguidor ha tenido la gentiliza de aportarnos un valioso dato histórico y a la vez curioso de esta prestigiosa confitería sevillana:es ésta...
"Resulta que donde está ubicada hoy día el obrador, fue un antiguo convento en su sótano, hoy bodega. Aún puede verse la forma de los nichos donde enterraban a las monjas"...
(Desconozco el nombre de éste seguidor), pero se lo agradezco mucho).