sábado, 23 de enero de 2010

BODAS DE ORO




Recuerdo con emoción el día de las bodas de oro de mis padres. Con esa ocasión habíamos invadido la casa; estábamos eufóricos y nos abrazábamos; se producían frecuentes llamadas telefónicas y las maletas estaban por los rincones; llegaban los familiares y amistades, los de toda la vida.


Estaban mis dos hermanos, sus mujeres, mi marido y yo habíamos preparado el acontecimiento: invitaciones, ceremonia, banquete, realmente fue todo laborioso, pero minucioso también, la música muy escogida y la decoración del gran salón, muy esmerada y laboriosa, y en el jardín. Gozamos con todo aquel ajetreo, dichosos de poder hacer del festejo un sentido, regalo para mis padres, que era tan merecido, ellos eran los protagonistas ¡Qué emoción!


¡Cincuenta años! Eso era toda una vida. Parecen una eternidad y, sin embargo, se habían ido acumulando,  en suave montones de amor y devoción...¡Toda una larga vida!


Cuando pienso en su matrimonio, advierto que mis años de vida conyugal han ido pasando como las páginas de un libro... algunos capítulos mejor que otros; unos han brillado, otros estuvieron llenos de proyectos, también los tuvimos con preocupaciones, y ajetreados o plenos de confusión. ¿Habría sido lo mismo para ellos? ¿Qué significaban, en su conjunto, todos esos años?


Años de lugares comunes, de rutina, de emoción por los acontecimientos y las crisis de la vida: Kilómetros de  suelos barridos y fregados y montañas de vajillas fregadas. Sacrificios numerosos para sacarnos adelante, en una época repleta de dificultades, "magia" para hacer que el sueldo durara todo el mes innumerables días en que mi padre salía para trabajar y regresaba a casa en medio de un intenso frío o bajo un sol implacable; sin fin de noches en la cabecera de la cama, atendidos por la mejor de las enfermeras, mamá, meriendas campestres en el otoño, en La Barqueta y almuerzos extraordinarios los festivos; el día en que mi hermano, Adrián, se rompió un brazo montando en bicicleta y aquel en que mi hermano mayor llegó a casa "alegrito" de la despedida de soltero; las charlas cuando nos dijeron que tenían elegida pareja para formar una familia y sus perspectivas de futuro, la disciplina, los frecuentes sermones para que estudiáramos y fuésemos justos, honestos y tuviéramos especial cuidado y sensibilidad en respetar criterios, y sobre todo, no cuestionar jamás las opiniones ajenas por las apariencias, especialmente careciendo de conocimientos de causa, que nadie está en esta vida con la VERDAD Y RAZÓN absolutas..que fuésemos respetuosos y solidarios en nuestras relaciones; el dolor de la partida y la ternura de la proximidad, las vivencias, las llamadas de teléfonos, sólo para decirnos: "qué tal y os queremos"


La solemnidad de la ocasión me impresionó, sobre todo, al comienzo de la recepción. Hecho el silencio en el salón, los tres hijos nos situamos, con los nietos, frente a los invitados y yo leí un breve discurso de homenaje a mis padres, elaborado con el corazón.


"Nosotros, querida familia y amigos todos os agradecemos el regalo de la existencia, las enseñanzas, la dedicación fructífera para toda para una vida de responsabilidad y el modelo que nos legatéis con vuestra mutua entrega , ejemplo y cariño.


"Nosotros, gran familia, os felicitamos por ese medio siglo de vida juntos, y nos unimos a vosotros en la celebración y anticipación de los años por venir", que pido a Dios que sean muchos más. No sólo por los  apellidos, estaréis con nosotros a través de vuestro ejemplo.


Les dí las gracias por lo que, a veces, me rebelé contra ellos, por su tolerancia, comprensión con las que nos acogían: un modo de vivir, tan seguro y digno de confianza que en ocasiones me parecían sin relieve y tedioso, pero que no lo eran.  Y sin embargo, fue esa consistente seguridad lo que más había influido en mí; lo que me hizo comprender los múltiples rostros del amor y la dedicación. Precisamente, su capacidad para permanecer unidos ante cualquier eventualidad me enseñó a superar muchos problemas y crisis, que nos surgen a través del curso de la vida..


Traté de imaginármelos el día que se casaron, en el altar.También ellos habían sido dos simples enamorados con la ilusión retratadas en los ojos: mi padre, de cabello rubio y recortado bigote, muy alto; mi madre, esbelta y hermosa de cabellos castaño-rojizo, vestida de blanco y de largo, de talla mediana.


Aquella mañana volvieron a pronunciar sus juramentos de amor y fidelidad en la capilla donde se casaron 50 años antes, en la iglesia de S. Lorenzo, Sin muchos adornos. En ceremonia sencilla y sin pretenciones, como había sido su vida. Unieron sus manos ante el altar: mi madre, un poco gruesa ahora de paso menos airoso, corto su cabello rojizo, y canoso ya; mi padre, de hombros menos cuadrados, tenía el pelo gris y algo ralo. Daba la impresión de que en la iglesia sólo estaban ellos. Su familia y allegados les mirábamos con rostros arrebatados por la emoción. Repitieron sus votos con la misma seguridad y sentimiento de años atrás. Pero no estaban solos. Todos los años que habían compartido se agrupaban a su alrededor. Nos embargaban la felicidad.


Comprendí lo privilegiados que éramos al poder participar en esta celebración... Ya rara en estos días, desgraciadamente. Habíamos disfrutado mucho preparándola, gozando de esta ocasión de estar juntos, pero aquello era mucho más, muchísimo más.


Nosotros, los tres hijos, recibíamos el testigo de la larga tradición y deberíamos continuar la carrera.


Sabedora de cuán frágil es a veces, la convivencia,me preguntaba dónde estaríamos dentro de algunos años. Pero sólo fue un instante; porque allí estaban mis padres, testimonio vivo de amor y solidaridad duraderos. Acepté participar en la prueba. Mis padres son ahora más viejos y muestran los rápidos cambios que imponen los muchos años, es inevitable.


Mamá lee, hace cursos diversos, escucha la radio, hace delicias en la cocina, primorosas labores y está pendiente de toda la familia. Papá se encarga de ir a la compra, de tender la ropa, pesear con mamá, y poner el lavavajillas, (lo más pesado, nos turnamos los hermanos). La devoción que mi padre siente por mi madre no nace del deber, sino del AMOR.


Una unión de esta naturaleza y, especialmente, esta dependencia mutua se considera raras en nuestros días. Se piensa que algo erróneo debe de haber en el metrimonio si fomenta esta subordinación. ¿De qué modo influye en el sentido de libertad? ¿Y en el individuo, y en mí?


La individualidad es considerada hoy como un don precioso. Ya casi no se espera que la sacrifiquemos en aras del matrimonio. Sin embargo, creo que aunque hayamos abandonado muchas de las estructuras y esperanzas tradicionales del matrimonio, no sugiero prescindir de él. Su contextura es fexible, puede estirarse para acomodar al nuevo "tú"y al nuevo "yo", porque su esencia somos "nosotros".


Ahora comprendo el pleno significado del compromiso conyugal. Una se convierte en la persona más importante para alguien y ese alguien pasa a ser la persona más importante para uno. Mis padres son un ejemplo vivo de que dos persona pueden preocuparse la una por la otra siempre, de que las virtudes y los valores tradicionales están aún vigentes, y que podemos seguir ayudándonos mutuamente y consiguiendo, juntos, dimensiones que nunca creímos alcanzar.

















(relato leído, en familia y que comparto con vosotros por los valores humanos que contiene, a mi juicio).