sábado, 28 de junio de 2014

ANA MARÍA MATUTE: MUJERES EN LA HISTORIA


La joven Ana María Matute.



Este blog manifiesta un sentido y merecido homenaje para nuestra estimada y admirada , Ana María Matute. Fallecida hace pocos días. Fecunda y destacada escritora española que tantas aventuras y fantasías nos hizo vivir. Prestigiosos galardones concedidos, miembro de la Real Academia Española de la Lengua, ocupando el sillón vacante que dejó Carmen Conde, el K mayúscula. Numerosos premios, entre los que destacan el Nadal, el Planeta y otros. El Cervantes, tan sólo hace tres años, apenas pudo disfrutar de él. Merecía haber sido premiada con él hace décadas.

Seguidamente os ofrezco el discurso con el que recibió el más destacado y prestigioso de nuestros premios, el  Cervantes,  que la define como a una enorme fantástica creadora, ingeniosa y brillante escritora.

Nos regaló un magnifico legado del que generaciones venideras podrán disfrutar y enriquecerse. 

Al terminar su brillante discurso dijo esto que bien parece su epitafio:

-" San Juan dijo: "El que no ama está muerto" y yo me atrevo a decir: -"El que no inventa no vive"-.
 

Mari Carmen.                                                                                     


Majestades, Autoridades:
Sospecho que no soy la primera en decir que nunca, durante la larga travesía de mi vida (salpicada, por cierto, de abundantes tempestades), imaginé que llegara a conocer un día como éste. Y, junto a la inmensa alegría que me invade, debo confesarles que preferiría escribir tres novelas seguidas y veinticinco cuentos, sin respiro, a tener que pronunciar un discurso, por modesto que éste sea. Y no es que menosprecie los discursos: sólo los temo. Mi incapacidad para ellos quedará manifiesta enseguida, y, por tanto, me permito apelar a su benevolencia. Pero antes deseo hacerles partícipes de mi agradecimiento: este premio lo considero como el reconocimiento, ya que no a un mérito, al menos a la voluntad y amor que me han llevado a entregar toda mi vida a esta dedicación.
Así que esta anciana que no sabe escribir discursos sólo desea hacerles partícipes de su emoción, de su alegría y de su felicidad - ¿por qué tenemos tanto miedo de esa palabra? - a todos cuantos han hecho posible este sueño, sueño que me acompaña desde la infancia. Desde aquel día en que oí por vez primera la mágica frase: «Érase una vez...» y conmovió toda mi pequeña vida. Érase una vez un hombre bueno, solitario, triste y soñador: creía en el honor y la valentía, e inventaba la vida. San Juan dijo: «el que no ama está muerto» y yo me atrevo a decir: «el que no inventa, no vive».
Y llega a mi memoria algo que me contó hace años Isabel Blancafort, hija del compositor catalán Jordi Blancafort. Una de ellas, cuando eran niñas, le confesó a su hermanita: «La música de papá, no te la creas: se la inventa». Con alivio, he comprobado que toda la música del mundo, la audible y la interna -esa que llevamos dentro, como un secreto - nos la inventamos. Igual que aquel soñador convertía en gigantes las aspas de un molino, igual que convertía en la delicada Dulcinea a una cerril Aldonza. Inventó sensibilidad, inteligencia y acaso bondad - el don más raro de este mundo- en una criatura carente de todos esos atributos, (¿Y quién no ha convertido alguna vez a un Aldonzo o Aldonza de mucho cuidado, en Dulcineo o Dulcinea...?).
El tiempo en el que yo inventaba era un tiempo muy niño y muy frágil, en el que yo me sentía distinta: era tartamuda, más por miedo que por un defecto físico. La prueba de ello es que esa tartamudez desapareció durante los bombardeos. O así lo creo. Pero el caso es que, salvo excepciones, las niñas de aquel tiempo, mujeres recortadas, poco o nada tenían que ver conmigo. Y traigo esto a cuento para explicar - y quizá explicarme de algún modo – mi extrañeza, mi entrega total absoluta, a esto que luego supe se llamaba Literatura. Y que ha sido, y es, el faro salvador de muchas de mis tormentas.
Sí, este galardón que tanta felicidad y optimismo me causa – y no olvidemos que el optimismo y los planes de futuro, a los ochenta y cinco años, son cuestiones a meditar o poner en tela de juicio puede ser el colofón a la entrega de toda una vida que, en mis tiempos mozos, consideré en su mayor parte una vida de papel". Y recuerdo. Recuerdo. Sólo tenía un amigo, mi muñeco Gorogó, que, naturalmente, más tarde incorporé a una de las novelas con las que me siento más identificada, «Primera memoria». Aunque no haya escrito nunca una novela autobiográfica, estoy en sus páginas. Todo eran inventos, hasta que supe que en la Literatura - en grande -, como en la vida, se entra con dolor y lágrimas. Gorogó lo sabía, lo sabe y no me ha abandonado desde el día en que mi padre, teniendo yo cinco años, me lo trajo de Londres, donde lo llaman algo así como Golligow.
Mi padre sabía que a mí no me gustaban las muñecas, ni los juegos de las niñas de aquel tiempo: mujeres recortadas, las llamé yo. Imitar a mamá y a las amigas de mamá era todo su futuro. Gorogó, como entonces, sigue conmigo ahora, lo llevo a todos mis viajes, y le sigo contando lo que no puedo contar a nadie. (Hoy también me espera en el hotel.)
Y sigo haciéndole partícipe, por ejemplo, del miedo que siento por tener que pronunciar estas palabras, y, sobre todo, ante quienes debo hacerlo. Gorogó, estás aquí - mi mejor invento -, estás a mi lado, viejo amigo, en este día inolvidable, con tu ojo derecho ya nublado, como el mío, aunque ya no luzcas aquellos cabellos negros, hirsutos, de limpiachimeneas dickensiano, aunque falten los botones de tu frac azul... ¡Cómo nos parecemos, Gorogó!
¿Te acuerdas de aquel día, que hoy me devuelves con toda la añoranza y el encanto-desencanto que compone una vida tan larga...? ¿Y recuerdas la timidez, el asombro y la audacia de mis casi veinte años, cuando por primera vez me asomé al mundo editorial, del que lo ignoraba todo? La osadía que impulsa a los adolescentes y a los ignorantes y a los fabricantes de inventos y de sueños - ¿acaso no son, a veces, una misma cosa? Todo eso me empujó a llevar mi primera novela -escrita años antes, a los diecisiete- a probar fortuna en una de las más prestigiosas editoriales.
Pero mi mayor osadía era no sólo llevar una novela casi adolescente a una importante editorial, sino que, encima, la llevaba escrita a mano, en un cuaderno escolar, cuadriculado, con las tapas de hule negro. (Si alguien de mi edad me está escuchando, sabrá de qué tipo de libreta hablo. Eran las libretas de la posguerra.) Yo iba a Destino cada día, con mi libretita bajo el brazo, diecinueve años y calcetines -que entonces estaban de moda a esa edad - y mi aspecto aún más aniñado del normal. Un empleado que se había fijado en mí (debía de resultar patética) se conmovió con mis pretensiones y mi libreta y me consiguió una entrevista con el director. Se trataba del novelista Ignacio Agustí, que acababa de tener un enorme éxito con su novela «Mariona Rebull».
Cuando vio mi cuadernito lleno de letras e «inventos, tuvo la delicadeza de no manifestar ni burla ni extrañeza. Debo agradecérselo, era un verdadero señor. Con infinita paciencia, me explicó que debía pasarlo a máquina y que ellos la leerían, y que ya me dirían algo. Aún hoy me sonrojo recordándolo. Era la criatura más ignorante y despistada de cuanto el mundo editorial se refería. Nadie de mi entorno, ni familiares, ni amistades, conocidos o saludados (como diría Josep Pla) había tenido nada que ver con el mundo editorial. Eran lectores, eso sí, pero de la confección de un libro lo ignoraban todo. Afortunadamente, la lectura y los libros no escasearon en mi casa ni en mi familia. Cosa que he de agradecerles, porque no era muy frecuente en la España de entonces.
Pocos días después, tuve la enorme alegría - y, por qué no decirlo, el vago temor- de que la editorial Destino me contratase el libro. Eso sí, con la sorpresa de mi estupefacto padre, a quien yo no había anticipado nada de aquellos afanes, y que fue requerido para dar validez a mi contrato con su firma, pues yo era menor de edad. Animada por el éxito de aquellos primeros pasos, y enterada de la existencia del Premio Nadal -que había ganado otra mujer joven, Carmen Laforet, aunque ella era algo mayor que yo -, envié mi segunda novela, escrita a los diecinueve, con la esperanza de obtenerlo yo también. No fue así, pero tengo aún la satisfacción y acaso orgullo de constatar que quedó en tercer lugar, cuando se llevó el premio el gran Miguel Delibes. La novela citada, llamada «Los AbeI», y escrita, que no publicada, a los diecinueve años, suplantó en el contrato a Pequeño teatro (que, once años más tarde, obtuvo el Premio Planeta).
Y ese fue mi verdadero bautizo de entrada en el mundo editorial. Empecé a conocer a escritores y todo tipo de gentes de «invenciones», puesto que me aparté totalmente del que había sido hasta aquel momento mi entorno natural. Conocí y viví un clima distinto, muy distinto del que había sido el mío habitual hasta aquel momento, y que, paradójicamente, resultaba mucho más afín a mi naturaleza. Y continué inventando invenciones, y viene a mi memoria un día en que inventé el «arzadú»... Brotaba esporádica, espontáneamente, cuando buscaba el nombre de una flor. Si existía, vivía sólo en la memoria de su delicadeza, su color, su perfume, aunque no constara en ningún libro nicatálogo de botánica. Y, así, llegó un día en que estudiosos y minuciosos profesores y escolares americanos se interesaron por el arzadú, y me brearon a preguntas: no lo encontraban por ninguna parte. Y yo, cobarde, me presté a seguir inventando el arzadú. Tuve que continuar inventándolo durante años, incluso me vi obligada a dibujarlo en las pizarras, y variaba su color, del rojo al blanco, según me pareciera pertinente...
Desde aquí les pido perdón a aquellas gentes de buena voluntad. Tómenlo como lo que era: una invención más. La había introducido no sólo en algunos de mis cuentos, sino también en alguna novela; y, al fin, yo me lo creía, y me lo creo: el arzadú brota cada primavera, o cada otoño, en las vastas y ahora ya remotas colinas de los sueños. De los sueños que convierten Aldonzas en Dulcineas, y quién sabe cuántas flores más. Tantas como soñadores, o poetas existan.
Y cuando por fin vi publicado por vez primera mi primer libro,Los Abel, dormí toda la noche con el ejemplar bajo la almohada. Y el gran honor con el que hoy se me ha distinguido reúne para mí tanto una trayectoria literaria como vital: no puedo separar la una de la otra. Desde que tengo uso de razón, he leído, he escrito, he escuchado ... Desde aquel primer cuento inventado a los cinco años hasta este último libro, que los recoge casi todos, compruebo con satisfacción que por fin el cuento ha ingresado entre los géneros respetados de nuestra literatura. Aun cuando contemos con entre sus cultivadores desde el inmenso Cervantes, que honra con su nombre este premio, hasta los más recientes de nuestros escritores, jóvenes y no tan jóvenes, hasta hace poco aún se lo ha considerado literatura «menor».
Pero por fin en España se empieza a reconocer en el cuento, en el relato corto, el valor y la importancia que merece. Sobre la famosa crueldad de los cuentos de hadas -que, por cierto, no fueron escritos para niños, sino que obedecen a una tradición oral, afortunadamente recogida por los hermanos Grimm, Perrault y Andersen, y en España, donde tanta falta hacía, por el gran Antonio Almodóvar, llamado «el tercer hermano Grimm» -, me estremece pensar y saber que se mutilan, bajo pretextos inanes de corrección política más o menos oportunos, y que unas manos depredadoras, imaginando tal vez que ser niño significa ser idiota, convierten verdaderas joyas literarias en relatos no sólo mortalmente aburridos, sino, además, necios. ¿ Y aún nos preguntamos por qué los niños leen poco? Yo recuerdo aquellos días en Sitges, hace años, cuando algunas tardes de otoño venía a mi casa un tropel de niños y, junto al fuego - como está mandado -, oían embelesados repetir por enésima vez las palabras mágicas: «Érase una vez ...» y habían dejado la televisión para escucharlas.
Yo no había cumplido los once años cuando estalló la guerra civil española. Unos niños acostumbrados a no salir de casa si no era acompañados por sus padres o la niñera nos vimos haciendo interminables colas para conseguir pan o patatas. No es raro, pues, que yo me permitiera, años más tarde, definir esa generación a la que pertenezco como la de "los niños asombrados". Porque nadie nos había . consultado en qué lado debíamos situarnos. Nadie nos había informado de nada y nos encontramos formando parte de un lado o de otro, tal y como me confesó un día Jaime Salinas. Yo, ahora, sólo recuerdo que el mundo se había vuelto del revés, que por primera vez vi la muerte, cara a cara, en toda su devastadora magnitud; no condensada, como hasta aquel momento, en unas palabras -«el abuelito se ha ido y no volverá ...» - , sino a través de la visión, en un descampado, de un hombre asesinado. Y conocimos el terror más indefenso: el de los bombardeos. Y aquellos cuentos, aquellas historias «impropias para niños», añadieron en su ruta interna de niña asombrada un aprendizaje. Atroz. Mucho más atroz que los cuentos de hadas.
En lugar de cuentos aislados, empecé a escribir entonces una revista, de la que era editora, escritora y repartidora, una revista «a mano» que se pasaban unos a otros mis hermanos y mis primos, algún amigo ... Había de todo: desde cuentos, por supuesto (que siempre acababan con un «continuará» del que yo aún no tenía clara noticia), hasta crítica de cine, con sus correspondientes fotografías recortadas de alguna revista. Y recuerdo ahora como, en medio de todo aquel horror, qué encanto, qué maravilloso invento de la vida era para mí aquella llamada revistilla ... y todo lo que yo ignoraba, que sería lo que continuaría mañana ... Entonces escribí mi primera novela. Se llamaba Juanito, y ocurría durante la Revolución Francesa. Pero pueden imaginar qué extraña Revolución Francesa relataba ... Claro está: me la inventé, pero algo tienen los inventos-sueños, porque, cuando durante la noche, toda la casa dormida, acudía al cuarto de mis dos hermanos, José Antonio y José Luis, y, ayudada por una linternilla de pilas, se la leía, protestaban cuando yo decía «continuará». (Y eso quería decir hasta la noche siguiente.)
Entonces parecía llenarse de magia la habitación a oscuras de los niños. Niños asombrados – como cuando, en cierta ocasión, vi surgir, al partir un terrón de azúcar en la oscuridad, una chispita azul-, algo que me reveló que yo sería escritora, o que ya lo era. Con ello sólo quiero decir que aquella lucecita azul, aquel virus, no me abandonó nunca. Cuando Alicia, por fin, atravesó el cristal del espejo y se encontró no sólo con su mundo de maravillas, sino consigo misma, no tuvo necesidad de consultar ningún folleto explicativo. Se lo inventó, como la música de papá. Ahora, tras estas deshilvanadas palabras, ojalá haya logrado trasmitirles algo de mi alegría, mi gratitud por la distinción que aquí me trae. Y me permito hacerles un ruego: si en algún momento tropiezan con una historia, o con alguna de las criaturas que trasmiten mis libros, por favor créanselas. Créanselas porque me las he inventado.
Muchas gracias.














 



























viernes, 27 de junio de 2014

EL TROVADOR



EL TROVADOR
¡Oh que escuchan mis oídos
Que el trovador ha venido
Y a trovar de nuevo va?

_Si, mi dulce damisela
Se me hizo larga la espera
Y si permiso me dais
Subiré las escaleras

:!No por Dios que la vigilan
Y si la subís ripiando
Temeré por vuestra vida

_Mi vida más vale un ripio,
Más ¿Quién está vigilando
Si estáis más sola que Pifio?

_Mis padres oh! Gran doncel
Supieron de mis amores
Y no les gustan las trovas
Y menos los trovadores

_Más ¿Qué edad  tenéis Sra?
Si por lo que yo conozco
Mayor sois, y estáis sola?

_Es que no sé qué objetar
A vuestros lances de amor,
Pero si queréis subir,
La escalera lanzo yo

_(Presiento que esto va bien
-se pensaba el trovador-
Ya la dama está en el bote
A esta me la trovo yo)
Subo presto mi Sra
Pues que robar quiero ahora
(y no mañana pardiez!
Bo sea que se arrepienta
Y no haya trova.

_La escalera aguanto yo
Y con los brazos abiertos
Arriba os esperaré
Y trovaremos los dos

Más, el destino fatal
Quiso que las escaleras
Aguantarle no pudiera
Y el trovador sin su trova,
Se cayera
Rompiese el galán la crisma
Y sin trovador ni trova
Quedó la pobre Sra
Más, no quejóse por ello
Pues de lejos divisó
A otro apuesto trovador
Que otras trovas cantaría
Y ella tranquila pensó
_A trovador muerto,
Trovador puesto


  Concha Mingorance.






Para tí y los tuyos...




martes, 24 de junio de 2014

** VENTE A SEVILLA **

                                                                                       
Sevilla, la Torre del Oro, vista desde Triana.



Escuche Señor, 
Yo voy a Sevilla
Qué camino cojo?
Cuál es el mejor?
-.¿Qué va Vd a Sevilla?
-. No se pué perdé
Pase Vd dos pueblos
Y cuando Vd vea
una maravilla
Ya ha llegao usté.

Y allí  qué me encuentro?
Qué puedo hacer?
-.¡Ay hijo del alma!
Allí faltan ojos.

Para que no te pierdas
Lo tiés que ver, 
Sevilla es un arte, 
Mires donde mires,
Te lo digo yo.

-.Ya desde muy lejos
Verás la Giralda, 
Donde el Giraldillo
Te está saludando,
Con vivos reflejos 
Que el sol le está dando.
Nuestra Catedral
Es de las mejores
Que hay en el mundo
Que te da sabores
A tiempos profundos.

Y allí muy cerquita,
Te encuentras La Alhambra
Pero en chiquita.

-.Se llama El Alcázar
No lo pués perder,
Allí está la Historia
De toa Sevilla,
Allí está el sabé,
Y, justo al ladito,
te encuentras un barrio
¡Tela de bonito!
Barrio de Santa Cruz
De calles estrechas,
De magia judía
Por los callejones,
Sentirás olores
De otras religiones. 
Árabes y judíos,
Que hace muchos siglos
Allí se asentaron
Y dejaron huellas
De su poderío
Muy cerca de allí,
El Ayuntamiento,
Párate de frente
Y mira qué obra, 
¡Qué gran monumento!
¿Te he nombrado el río?
Josú, qué despiste
Sí, el río que tiene 
Rodea Sevilla,
Y es por ese río
Que Sevilla existe


¡La Torre del Oro!
Es otro tesoro,
 Que Sevilla encierra 
Y cruzando el río
De frente, Triana,
No le digo ná
Allí los flamencos
Van de la mano
Pá el cantar
De los sevillanos.


Y hablando del Parque,
Qué te digo yo,
Cuándo lo hayas visto
Dirás con motivo
¡Que no hay en er mundo
Un Parque mejó.

¡Ea, yo ya te lo he contao!
Tan sólo un poquito
De lo que allí hay.

Cuando esté de vuelta,
Me cuenta que ha visto.
-Si es que vuelve Vd,
Porque esa Sevilla
No deja volver...


Concha Mingorance.

lunes, 23 de junio de 2014

DEFINICIONES QUE NO ESTÁN EN EL DICCIONARIO



BIENAVENTURADOS: los borrachos porque ellos verán a Dios dos veces...

CULPAS: el que es capaz de sonreír cuando todo está saliendo mal, es porque el tío ya tiene pensado a quién echarle la culpa...

BÚSQUEDA:  si buscas una mano dispuesta a ayudarte, la verás al final de tu brazo...

CARIÑO FRATERNAL: lo quiero como mi hermano que es: Caín...

ARDUO TRABAJO: sí señor, de mucho trabajar no se murió nadie...Por  si acaso, mejor no arriesgarse...

INCIVISMO: las conductas, como las enfermedades se contagian de unos a otros...

FAMOSEO ACTUAL: es fácil de obtener fama, pero muy difícil que realmente te la merezcas...

SUCEDIDOS: la Historia cuenta lo que sucedió, la poesía, lo que debió ocurrir...

BANCO: éste banco no roba, te puedes sentar confiadamente en él...

OPOSITOR: individuo detestable que está en desacuerdo con mis maravillosas ideas...

CEBRA: burro con camiseta...

BOTÁNICA: dícese del arte de insultar a las flores en griego y latín...

RAZONES: la gente no busca razones para hacer lo que quiere, busca excusas...

LA IMPORTANCIA: dícese para quien desea alcanzar una certeza en la investigación, es saber dudar a tiempo...

IVA: pretérito imperfecto del verbo ir con falta de ortografía...  

ESPOSO: es lo único que me queda del novio...



Playa de La Caleta,  Cádiz, con recuerdo al inolvidable, Paco Alba.



Dicho en reuniones en vacaciones en la playa de La Caleta de Cádiz, en que cada uno iba soltando estas "perlas"...  
      



    

viernes, 20 de junio de 2014

A TU MEMORIA...

                                                                                      

  
Tu esposo, ha tenido la gran suerte de haber sido amado por una mujer como tú, querida Concha...


Qué largo es el camino
Sin bastón en que apoyarme
Qué injusto es el destino 
Que ha querido separarme.

Cada piedra me recuerda
Esos caminos andados,
¡Qué mi memoria no se pierda
Nuestros pasos del pasado!

Porque al recordar, te hablo
Creyendo que te has ido,
Que aún sigues a mi lado.

No quiero que se borren
imágenes del pasado
Yo quiero que estés conmigo
Aunque sea en otro estado.

Los rincones rebuscados
Los largos atardeceres 
Los silencios muy hablados 
La ignorancia de otros seres.

No consiento que te vayas,
Me es imposible aceptarlo
Mientras que yo te recuerde
tú seguirás a mi lado...



Concha Mingorance.



Para tí, querida amiga:

"No es más grande el que más espacio ocupa, sino el que más hueco deja cuando se va".



José y Concha.