Oír y escuchar, no es lo mismo, veamos: oír hace referencia a la acción de percibir con el oído los sonidos, simplemente, escuchar es la disposición de prestar atención decidida y firme. A mi criterio, no son sinónimos. Paracen iguales, pero no lo son. Hemos visto frecuentemente que se puede estar oyendo sin escuchar, vamos, como la que oye llover. Una aparente contradicción que ocurre con otras expresiones: se puede mirar y no ver. Claro que, al no haber prioridad entre lo objetivo y lo subjetivo del asunto, también se puede estar escuchando tras una pared y no oír nada. Eso puede sembrar algo de duda lingüística.
De lo que parece que no ofrece dudas es lo importante que es para cualquiera de nosotros es el hecho de ser ESCUCHADO...Que se nos tome en serio al compartir nuestras ideas, sentimientos, proyectos y aportaciones, de lo que importa lo que tenemos que decir. Poca gente puede negar el alivio, rápido, que sentimos cuando contamos una pena y recibimos la empatía recíproca. También la satisfacción que nos produce compartir nuestras alegrías, logros y proyectos en vías de conseguirlos.
OÍDOS SORDOS. Se pueden hacer de muchas formas, ejemplo, cuando después de revelarle a alguién un sentimiento que nos angustia, éste nos lanza un comentario chistoso o inoportuno. Aunque la intención de la "broma" sea buena, de relajar el ambiente. Bien por relativizar nuestro dolor, bien porque la persona que nos está escuchando no pueda soportar la alta emotividad de nuestra confidencia. No importa la causa, el efecto es que cortamos la comunicación. Entonces nos invade un profundo malestar, que no sabemos disimular, haciendo como que no hemos oído ese chiste inoportuno. Cambiamos completamente de conversación, y empezamos con banalidades. Resultado: además de la angustia inicial. ahora tenemos un punzante sentimiento de soledad. En otras ocasiones, por el contrario, lo que pasa es que, cuentes lo que cuentes, da la casualidad que a la otra persona le ha pasado lo mismo, pero multiplicado por tres, con lo que te arrebata la palabra, cuenta él o ella lo suyo y simplemente no te deja acabar a ti, (¿te habrá pasado alguna vez a tí)?
Creo que es difícil e infrecuente, si lo piensas bien, en el calor de la discusión rara vez respondemos, habiendo reflexionado sobre el tema que la otra persona nos ha dicho. Escuchar, por lo tanto, es necesario, pero no se da frecuentemente, hoy día, consiste en una destreza que, como cualquier otra, se puede practicar, mejorar y aplicar, claro. Comprender como funciona el acto de escuchar, nos permite enriquecer y hacer más profundas y duraderas nuestras relaciones. Por eso, cada vez que demostremos buena voluntad para oír sin emitir críticas, sin impaciencia y sin ponernos a la defensiva, estamos ofreciendo comprensión y ganándonos el derecho a ser correspondido y respetado. Lo que hace del acto de escuchar algo no sólo difícil e infrecuente, sino significativamente vital, pero, pero, pero...
Hay que educarse en ello. Y como todo lo que adelante a nuestra educación, su siembra debe realizarse en nuestra infancia, (de esto saben mucho mis amigos y seguidores, los Profesores: Pilar Cobisa y Guillermo Álvarez de Toledo), en el seno de nuestra familia y la Escuela y en relación, sobre todo, con nuestros padres, (tal como me lo inculcaron a mí y nosotros a nuestros hijos). Creo que los que prestan atención y se toman en serio lo que sus hijos dicen, por insignificante que parezca, favorece que se sientan dignos y apreciados. Por el contrario, los niños que no reciclan una cálida atención de los progenitores, tienden a encerrarse en sí mismos, aislarse más o menos. A inventar su propio mundo, con amigos invisibles a quienes confiarle sus secretos.
Pero de esta escucha no sólo sale beneficiado/a, el escuchado/a, también el escuchador. Éste porque aprenderá de las vivencias de aquél y se enriqucerá con ellas. A mi entender, cada persona es un mundo y, es imprescindible visitar otros mundos. Escuchar además de una necesidad, es un regalo que ofrecemos, un bien que hoy día escasea, (pero imprescidible).
Yo defiendo y apoyo los debates también, dialogar y llegar a conclusiones, sobre los temas, respetando los turnos y prestando la debida atención, es de lo más enriquecedor y gratificante que podemos aportar, es una gozada, de veras...
Hay que educarse en ello. Y como todo lo que adelante a nuestra educación, su siembra debe realizarse en nuestra infancia, (de esto saben mucho mis amigos y seguidores, los Profesores: Pilar Cobisa y Guillermo Álvarez de Toledo), en el seno de nuestra familia y la Escuela y en relación, sobre todo, con nuestros padres, (tal como me lo inculcaron a mí y nosotros a nuestros hijos). Creo que los que prestan atención y se toman en serio lo que sus hijos dicen, por insignificante que parezca, favorece que se sientan dignos y apreciados. Por el contrario, los niños que no reciclan una cálida atención de los progenitores, tienden a encerrarse en sí mismos, aislarse más o menos. A inventar su propio mundo, con amigos invisibles a quienes confiarle sus secretos.
Pero de esta escucha no sólo sale beneficiado/a, el escuchado/a, también el escuchador. Éste porque aprenderá de las vivencias de aquél y se enriqucerá con ellas. A mi entender, cada persona es un mundo y, es imprescindible visitar otros mundos. Escuchar además de una necesidad, es un regalo que ofrecemos, un bien que hoy día escasea, (pero imprescidible).
Yo defiendo y apoyo los debates también, dialogar y llegar a conclusiones, sobre los temas, respetando los turnos y prestando la debida atención, es de lo más enriquecedor y gratificante que podemos aportar, es una gozada, de veras...
Padre e hijo dialogando, tan necesario como gratificante |