Romero Murube afirmaba que "Sevilla llegó a un equilibrio perfecto entre la ciudad y el campo: la ciudad vivía del campo y el campo de la ciudad. Era una noble corriente, llena de nobleza y señorío; el campo daba lo eterno, hecho fruto; la ciudad devolvía lo eterno, hecho inteligencia. Era un concepto horaciano, amplio y generoso". Y añadía: "Aquella Sevilla tenía una transparencia y una sonoridad de patio. En aquellos tiempos parecía que si se daba una palmada en San Bernardo la oían en la Alameda, en el Altozano o en el Baratillo".
No una palmada, pero sí el vivo ritmo de una polka interpretada por un solitario violín; llegó a oídos de Juan y Latino, un mendicante músico callejero que, apoyado en la esquina de Amor de Dios con la Alameda, pretendía obtener unos centimitos de algunos visitantes de las tabernas vecinas.
Por si acaso se acercaban unos raterillos, el violinesta, aún a diez varas de distancia, se anticipó a decir con voz alta:
-No llevo una perra encima, y si la bondad de los transeúntes no me ayuda, habré de dormir con el estómago vacio.
Llegando a él, don Latino le preguntó:
-¿No necesitan un violinista en las orquetas de los teatros? ¿No hay un café donde usted pueda tocar bajo techo?
-Oh, caballero, en los teatros y en los cafés casi siempre hay rascatripas, no artistas tocados por la mano de Orfeo.
Mairena ríó de buena gana la altanera salida del menesteroso y terció en el incipiente diálogo.
-¿Es usted conocido de corcheas y semifusas o toca de oído?
Como si le hubieran prendido un par de garapullos, el pobre alzó la voz para afirmar que él era el mejor violinista de Sevilla, que tras él y a mucha distancia iba Manuel Carretero, director del Orfeón Sevillano, y Manuel Font, que llegó a director de la Banda de la Sopa.
Objetó don Latino que la Banda Municipal de Sevilla, habitualmente desafinada, había sido convertida en una banda muy completa, que pudo competir y aun superar a las bandas municipales locales gracias al trabajo y al talento de Manuel Font.
-Mire, caballero, si quiere palique deposite un cobre en mi sombrero, que más que palabras quiero pan. Y con un cobre en mi sombrero yo le diría que Navarro es un buen clarinete; por una perra chica sabrá usted que los hermanos Damas sacan partido a la flauta y al violonchelo; por una perra gorda le diría-y me costaría decirlo por aquel de la competencia -que Oliva le da bien a la viola. Y si se muestra generoso y es de posibles, por un real soy capaz de elogiar lo que hace con el fagot Antonio Zaragoza, que fue felicitado por el maestro Tolosa
, y hasta lo que sabe Ceferino Berloz de instrumentos de viento. Aunque sepa usted que músicos de verdad, por ahora, no hay en Sevilla más que Jerónimo Giménez, Luis Mariani, Joaquín Turina y José García.
-No conozco al último-objetó Mairena.
-Un servidor de ustedes.
Don Latino insistió:
-Giménez y Turina estudiaron fuera y no viven aquí. ¿Por qué está usted a estas horas en esta esquina por dos céntimos?
-Porque José García no sabe si tocar el violín con el estoque o matar un morlaco con un arco. Que en mi pueblo me llamaban el Niño del Aljarafe cuando era novillero. Y por andar en uno y otro menester, que tanto me tiraba Orfeo como Cúchares, me veo así.
-Ahí van cinco céntimos para el violinista, pero no para el novillero.
-Respetable caballero, así como el hombre puede amar a dos mujeres, puede también amar dos artes. El toro pide sol y el cielo por techo; el violín , partituras a luz del petróleo y salones. ¿No endiquela el señor que la Maestranza hay clarineros y no violinistas? ¿No puede el hombre comer brevas hoy y mañana sandía? ¿hay alguien que no conozca y admire a Lagartijo, Frascuelo, Mazantini, Reverte, Machaquito y los Bombitas? Casi se arrepintió de haberle dado la perra chica.
En Sevilla, había la costumbre de esparcir una tonga de arena en la cercanía a la casa de donde un enfermo muy grave para que las caballerías no molestaran al doliente. Se abrió la puerta de la casa y apareció un hombre, que al ver a los desconocidos, temiendo ser asaltado, se puso en guardia.
-¿Qué hacen ahí? ¿Afectos al enfermo?
-No, pero si podemos ser útiles en algo...
Y se presentó, lo mismo hizo Juan de Mairena, aclarado el equívoco, el desconocido estrechó las manos.
-Soy barbero, me llamaron por si el enfermo necesita ponerle sanguijuelas., les diré la verdad: a mí lo único que me chifla es el cante, como ahora he dicho al doctor que asiste al enfermo, que si me necesita, estoy en el Café del Burrero, donde voy a estar en la gloria escuchando a don Antonio Chacón. Espero que no me llame don Joaquín.
-¿Quién es don Joaquín?
-El Niño Sabio.
-¿Otro torero?
¡No! El doctor don Joaquín Ruiz Prieto, del barrio de la Feria, se le conoce por el Médico de los Pobres. Se pasa mejor escuchando a Chacón, que llena de arte muchas noches sevillanas, ¿se quieren venir conmigo?
-No pensábamos en ello.
-El bolsillo no quiere ir.
-No serán aficionados. Si lo fueran, no faltarían. ¿O les gusta más Manuel Torre? Más jondo sí que es. ¿Quizás prefieran a Dolores La Parrala, más triste, más patética? Les advierto que yo algunas noches voy al Café de Silverio; que el señor Franconetti, sin ser gitano, es muy redondo en todos los cantes. De voz ronca pero afilada, dulce y gallarda. Le escuché yo este invierno una soleá de cambio y poleá que me dejó impresionao del tó...Pero creo que les estoy aburriendo.
-En absoluto. Le escuchamos complacidos. ¿No piensa usted igual, don Latino?-
-No soy versado en el cante, que es faceta cultural que escapa a mis conocimientos, pero he oído mucho de él, pero si, aquí, el amigo nos instruye, lo escucharé gustoso.
-No llegué a conocer -comentó el barbero-al Tío Luis el Cautivo, a Frasco el Colorao. María Borrico, el Planeta, ni el Tío Luis de la Juliana, que los viejos estiman como maestros del cante. Sí he tenido la gran suerte de escuchar a Diego el Fillo, Curro Durse, el Mellizo, el Viejo de la Isla y Tomás el Nitri, ¡Ay! Me olvidaba de citar a los Caganchos y a Juan el Pelao.
Don Latino le interrumpió:
-Nunca entré en ningún café cantante, pero me suena mucho de oídas el de Silverio y el del Burrero, pero no sé dónde están.
-El de Franconetti, en la calle Rosario; el del Burrero, en la calle Tarifa. Otros cafés cantantes afamados son el Filarmónico, el Novedades, el de S. Agustín y el de la Marina. Ahora, en verano, está abierto otro tablao al aire libre, que, como está mandao, se llama Café Sin Techo. Triana es punto y aparte, señores, en el cante, porque allí es donde suenan las tonás, deblas, seguiriyas gitanas, martinetes, cante de fragua, y pá escucharlo hay que ir a casa La Rufina.
-¿Otro café cantante?
-No, la trastienda de un establecimiento de ultramarinos. Aquello está reservado para los gitanos; es el territorio de Antonio Cagancho y de su hijo Manué. Ahora que por los martinetes, ese cante que no se le hace son ni se acompaña de guitarra ni de ná, el rey es el Pelao. En el café de Manué el Burrero hace furor el Canario, la Rubia de Málaga y la Bocanegra, además de Perote y el Niño de Tomares. Pero a todos apegó el cante de Juan Breva, el filósofo del flamenco. Aunque habrán advertido ustedes que un servidor no se quita el sombrero más que ante un zapatero de Jerez, que dejó la lezna por la fama que da el arte, y sin estudios ni dinero se ganó el "don" con su garganta, como Manzatini con la muleta: Chacón, don Antonio Chacón ha dejao callaítos a Enrique el Mellizo, a Mercedes la Serneta, a Fosfirito y al mismisímo Chato de Jerez. Ustedes dispensen mi admiración, que si piensan que Juan Breva o Fosforito pueden igualarle, allá ustedes, yo respeto todas las opiniones. Hay quien defiende el cante de el Canario, hay quien prefiere a el Loco Mateo, o las soleares de la Juanaca al modo de José Lorente, y los gitanos se quedan con Soleá la de Juanelo, con la Bilbá y con Juana Ruca, que sobre gusto ná hay escrito.
-A más de uno-interrumpió Mairena-, he oído elogiar sin reservas a Manuel Torres. ¿Qué me dice de él?
-De principio, que le ha regalado usté una ese. Que no es Torres, sino Torre, y que no es ese su apellido , que en el bautismo le pusieron: Manuel Soto Loreto. Él gusta que le llamen el Niño de Jerez, que es su nombre para el arte, pero la gente le ha puesto Torre por lo largo y canijo que es. Para mí que es un malánge, aunque no dejo de reconocer que desde Tomás el Nitri nadie cantó por seguiriyas como Torre.
-Todo cuanto usté ha dicho lo admito sin reservas, que parece conocer el cante. Tampoco yo, al igual que don Latino, me pareció de conocerlo, pero para mí que no es bueno esto de abrirse tantos cafés en Sevilla. El cantaor que actúa por dinero corre el peligro de profesionalizarse y perder autenticidad, porque habrá necesariamente de dar gusto al público, y no todos los públicos tienen la misma sensibilidad. Me atrevo a pensar que "los cafés matarán el cante gitano, no obstante los gigantescos esfuerzos hechos por Silverio para sacarlo de la oscura esfera donde vivía y de donde no debió arrojarse. Al salir el género gitano de la taberna al café, se ha andaluzado, convirtiéndolo en lo que hoy llama "flamenco" todo el mundo. Silverio, por ennoblecer el cante gitano sin contar con la huéspeda (que era de una parte el público, y de otra, que apenas un hombre hace tres gorgoritos quiere subirse a un tablao a ganarse los duros), ha creado el "género flamenco", mezcla de elementos gitanos y andaluces".
Lo único que entendió el barbero de la parrafada de Juan de Mairena-de natural poco locuaz-fue la oportunidad de dar por conclusa la charla y, despidiéndose con corteses ademanes, enfiló la calle Amor de Dios, rumbo a la de Tarifa, para no perderse nada de lo que pudiera ser escuchado en el café de Manuel El Burrero, (antiguo socio de Silverio), que a esas horas ya debía estar abarrotado de aficionados inmersos en un denso humo de vegueros e impregnados de olor a aguardiente.
"Paseo por la Sevilla del 98"
Julio Martínez de Velasco
Ed: Castillejo
3ª edición.
Llegando a él, don Latino le preguntó:
-¿No necesitan un violinista en las orquetas de los teatros? ¿No hay un café donde usted pueda tocar bajo techo?
-Oh, caballero, en los teatros y en los cafés casi siempre hay rascatripas, no artistas tocados por la mano de Orfeo.
Mairena ríó de buena gana la altanera salida del menesteroso y terció en el incipiente diálogo.
-¿Es usted conocido de corcheas y semifusas o toca de oído?
Como si le hubieran prendido un par de garapullos, el pobre alzó la voz para afirmar que él era el mejor violinista de Sevilla, que tras él y a mucha distancia iba Manuel Carretero, director del Orfeón Sevillano, y Manuel Font, que llegó a director de la Banda de la Sopa.
Objetó don Latino que la Banda Municipal de Sevilla, habitualmente desafinada, había sido convertida en una banda muy completa, que pudo competir y aun superar a las bandas municipales locales gracias al trabajo y al talento de Manuel Font.
-Mire, caballero, si quiere palique deposite un cobre en mi sombrero, que más que palabras quiero pan. Y con un cobre en mi sombrero yo le diría que Navarro es un buen clarinete; por una perra chica sabrá usted que los hermanos Damas sacan partido a la flauta y al violonchelo; por una perra gorda le diría-y me costaría decirlo por aquel de la competencia -que Oliva le da bien a la viola. Y si se muestra generoso y es de posibles, por un real soy capaz de elogiar lo que hace con el fagot Antonio Zaragoza, que fue felicitado por el maestro Tolosa
, y hasta lo que sabe Ceferino Berloz de instrumentos de viento. Aunque sepa usted que músicos de verdad, por ahora, no hay en Sevilla más que Jerónimo Giménez, Luis Mariani, Joaquín Turina y José García.
-No conozco al último-objetó Mairena.
-Un servidor de ustedes.
Don Latino insistió:
-Giménez y Turina estudiaron fuera y no viven aquí. ¿Por qué está usted a estas horas en esta esquina por dos céntimos?
-Porque José García no sabe si tocar el violín con el estoque o matar un morlaco con un arco. Que en mi pueblo me llamaban el Niño del Aljarafe cuando era novillero. Y por andar en uno y otro menester, que tanto me tiraba Orfeo como Cúchares, me veo así.
-Ahí van cinco céntimos para el violinista, pero no para el novillero.
-Respetable caballero, así como el hombre puede amar a dos mujeres, puede también amar dos artes. El toro pide sol y el cielo por techo; el violín , partituras a luz del petróleo y salones. ¿No endiquela el señor que la Maestranza hay clarineros y no violinistas? ¿No puede el hombre comer brevas hoy y mañana sandía? ¿hay alguien que no conozca y admire a Lagartijo, Frascuelo, Mazantini, Reverte, Machaquito y los Bombitas? Casi se arrepintió de haberle dado la perra chica.
En Sevilla, había la costumbre de esparcir una tonga de arena en la cercanía a la casa de donde un enfermo muy grave para que las caballerías no molestaran al doliente. Se abrió la puerta de la casa y apareció un hombre, que al ver a los desconocidos, temiendo ser asaltado, se puso en guardia.
-¿Qué hacen ahí? ¿Afectos al enfermo?
-No, pero si podemos ser útiles en algo...
Y se presentó, lo mismo hizo Juan de Mairena, aclarado el equívoco, el desconocido estrechó las manos.
-Soy barbero, me llamaron por si el enfermo necesita ponerle sanguijuelas., les diré la verdad: a mí lo único que me chifla es el cante, como ahora he dicho al doctor que asiste al enfermo, que si me necesita, estoy en el Café del Burrero, donde voy a estar en la gloria escuchando a don Antonio Chacón. Espero que no me llame don Joaquín.
-¿Quién es don Joaquín?
-El Niño Sabio.
-¿Otro torero?
¡No! El doctor don Joaquín Ruiz Prieto, del barrio de la Feria, se le conoce por el Médico de los Pobres. Se pasa mejor escuchando a Chacón, que llena de arte muchas noches sevillanas, ¿se quieren venir conmigo?
-No pensábamos en ello.
-El bolsillo no quiere ir.
-No serán aficionados. Si lo fueran, no faltarían. ¿O les gusta más Manuel Torre? Más jondo sí que es. ¿Quizás prefieran a Dolores La Parrala, más triste, más patética? Les advierto que yo algunas noches voy al Café de Silverio; que el señor Franconetti, sin ser gitano, es muy redondo en todos los cantes. De voz ronca pero afilada, dulce y gallarda. Le escuché yo este invierno una soleá de cambio y poleá que me dejó impresionao del tó...Pero creo que les estoy aburriendo.
-En absoluto. Le escuchamos complacidos. ¿No piensa usted igual, don Latino?-
-No soy versado en el cante, que es faceta cultural que escapa a mis conocimientos, pero he oído mucho de él, pero si, aquí, el amigo nos instruye, lo escucharé gustoso.
-No llegué a conocer -comentó el barbero-al Tío Luis el Cautivo, a Frasco el Colorao. María Borrico, el Planeta, ni el Tío Luis de la Juliana, que los viejos estiman como maestros del cante. Sí he tenido la gran suerte de escuchar a Diego el Fillo, Curro Durse, el Mellizo, el Viejo de la Isla y Tomás el Nitri, ¡Ay! Me olvidaba de citar a los Caganchos y a Juan el Pelao.
Don Latino le interrumpió:
-Nunca entré en ningún café cantante, pero me suena mucho de oídas el de Silverio y el del Burrero, pero no sé dónde están.
FOTO: Manolo bohórquez, Silverio Franconetti. |
-El de Franconetti, en la calle Rosario; el del Burrero, en la calle Tarifa. Otros cafés cantantes afamados son el Filarmónico, el Novedades, el de S. Agustín y el de la Marina. Ahora, en verano, está abierto otro tablao al aire libre, que, como está mandao, se llama Café Sin Techo. Triana es punto y aparte, señores, en el cante, porque allí es donde suenan las tonás, deblas, seguiriyas gitanas, martinetes, cante de fragua, y pá escucharlo hay que ir a casa La Rufina.
-¿Otro café cantante?
-No, la trastienda de un establecimiento de ultramarinos. Aquello está reservado para los gitanos; es el territorio de Antonio Cagancho y de su hijo Manué. Ahora que por los martinetes, ese cante que no se le hace son ni se acompaña de guitarra ni de ná, el rey es el Pelao. En el café de Manué el Burrero hace furor el Canario, la Rubia de Málaga y la Bocanegra, además de Perote y el Niño de Tomares. Pero a todos apegó el cante de Juan Breva, el filósofo del flamenco. Aunque habrán advertido ustedes que un servidor no se quita el sombrero más que ante un zapatero de Jerez, que dejó la lezna por la fama que da el arte, y sin estudios ni dinero se ganó el "don" con su garganta, como Manzatini con la muleta: Chacón, don Antonio Chacón ha dejao callaítos a Enrique el Mellizo, a Mercedes la Serneta, a Fosfirito y al mismisímo Chato de Jerez. Ustedes dispensen mi admiración, que si piensan que Juan Breva o Fosforito pueden igualarle, allá ustedes, yo respeto todas las opiniones. Hay quien defiende el cante de el Canario, hay quien prefiere a el Loco Mateo, o las soleares de la Juanaca al modo de José Lorente, y los gitanos se quedan con Soleá la de Juanelo, con la Bilbá y con Juana Ruca, que sobre gusto ná hay escrito.
-A más de uno-interrumpió Mairena-, he oído elogiar sin reservas a Manuel Torres. ¿Qué me dice de él?
-De principio, que le ha regalado usté una ese. Que no es Torres, sino Torre, y que no es ese su apellido , que en el bautismo le pusieron: Manuel Soto Loreto. Él gusta que le llamen el Niño de Jerez, que es su nombre para el arte, pero la gente le ha puesto Torre por lo largo y canijo que es. Para mí que es un malánge, aunque no dejo de reconocer que desde Tomás el Nitri nadie cantó por seguiriyas como Torre.
-Todo cuanto usté ha dicho lo admito sin reservas, que parece conocer el cante. Tampoco yo, al igual que don Latino, me pareció de conocerlo, pero para mí que no es bueno esto de abrirse tantos cafés en Sevilla. El cantaor que actúa por dinero corre el peligro de profesionalizarse y perder autenticidad, porque habrá necesariamente de dar gusto al público, y no todos los públicos tienen la misma sensibilidad. Me atrevo a pensar que "los cafés matarán el cante gitano, no obstante los gigantescos esfuerzos hechos por Silverio para sacarlo de la oscura esfera donde vivía y de donde no debió arrojarse. Al salir el género gitano de la taberna al café, se ha andaluzado, convirtiéndolo en lo que hoy llama "flamenco" todo el mundo. Silverio, por ennoblecer el cante gitano sin contar con la huéspeda (que era de una parte el público, y de otra, que apenas un hombre hace tres gorgoritos quiere subirse a un tablao a ganarse los duros), ha creado el "género flamenco", mezcla de elementos gitanos y andaluces".
Lo único que entendió el barbero de la parrafada de Juan de Mairena-de natural poco locuaz-fue la oportunidad de dar por conclusa la charla y, despidiéndose con corteses ademanes, enfiló la calle Amor de Dios, rumbo a la de Tarifa, para no perderse nada de lo que pudiera ser escuchado en el café de Manuel El Burrero, (antiguo socio de Silverio), que a esas horas ya debía estar abarrotado de aficionados inmersos en un denso humo de vegueros e impregnados de olor a aguardiente.
"Paseo por la Sevilla del 98"
Julio Martínez de Velasco
Ed: Castillejo
3ª edición.