domingo, 12 de mayo de 2013

RECUERDOS: LOS JUEGOS INFANTILES, III

Niños jugando al toro.



LOS NIÑOS JUEGAN AL TORO

La duerme vela, que no la siesta, porque aún no era el mediodía, a la que Juan de Mairena y Latino de Híspalis en aquel sombreado banco de la Alameda de Hércules, fue turbada por el tropel de chiquillos que invadió el pacífico lugar, inquietando al aguador, los más corretones ante el peligro de que el cántaro rodara por tierra. Juan de Mairena se explayó en consideraciones sobre la falta de educación.
-"En la escuela debería estar toda la chiquillería.
-"La culpa la tienen las madres, que los echan a la calle para que les dejen hacer el puchero y aljofifar el cuarto. son niños de corrales que no pueden jugar en la sala-alcoba.
-"Que se solacen en el patio.
-"Aún no tienen edad de ganar el pan, sino de achicharrarles la sangre a las madres, revolverlo todo y no dejar títere con cabeza. Harto tienen las madres con cuidar a los que están en mantillas y a los que aún gatean.
-"Pero no deben pasar el día diablando por las calles y plazuelas. No es culpa de las madres, sino del Gobierno, que abandona la Institución Pública.

Sudorosos de corretear, los chavales fueron  refugiándose junto a nuestro tres pacíficos ocupantes del banco, al amparo de la sombra. Uno propuso jugar a la chapa o al che; otro, organizar una pedrea de moros y cristianos; el tercero propuso acercarse a su casa a por los avíos de jugar al toro, y obtuvo aceptación unánime. Saltando, con la camisa suelta y las alpargatas en chanclas, se perdió rumbo a la Europa. Discutieron los que quedaron a la espera quién haría de bicho. Unos propusieron al más ligero de piernas, otros al de más malas ideas. La elección recayó sobre un mozalbete cetrino, corto de piernas, orejas despegadas y pelado al uno con incipiente flequillo.


Nueva ocasión halló Juan de Mairena para protestar; ahora achacaba al ocio como origen de la afición al toro, que calificaba como de vergüenza.

-"Dos clases de frutos-aclaró don Latino-dan árboles de la Alameda: cantaores y toreros. Vamo sería pedir peras al olmo. ¿Qué le gusta a usté má, una naranja o una manzana?
-"Según como sean.
-"Los frutos de la Alameda, los cantaores y los toreros, son de primerísima calidad. No me lo desengañe usted. También yo aborrezco la salvajada taurina, pero reconozco que allí es flor silvestre que nace espontánea.

Llegó jadeante el chavea con la "cornamenta" a cuestas, tabla que tenía clavadas una plancha de corcho y dos astas de buey. Inmediatamente apareció otro con un palo afilado en una punta y con una cruceta en la otra, lamentándose de no haber podido agenciarse muleta porque su madre no le permitió  acceder al cajón de la cómoda. Uno se despojó de la camisa y la ofreció como sucedáneo de la franela. La orografía de su dorso aceitunado permitía contarle todas sus costillas. Un tercero arribó mostrando un palitroque terminando en una puntilla y un escobón.

En un santiamén se organizó la teatral corrida. Los más robustos hicieron de caballos, un solo aguacil montado abrió el paseíllo, que fue interrumpido porque todos querían hacer de matadores. La discusión degeneró en pelea y volaron alpargatas y piedras por encima de las cabezas de Juan de Mairena y Latino de Híspalis y el anónimo aguador. Pero la batalla fue efímera. Quedaron dos matadores, los de más edad. Desde la infancia se impone la ley del más fuerte. Con mano en la boca a guisa de insinuado clarín, alguien ordenó abrir imaginario chiquero y un niño-toro inrrumpió en el coso. La cornamenta sugería en sus movimientos el asombro de la fiera con una precisa ejecusión mímica. Los peones la pararon a una sola mano y el matador instrumentó una serie de tres verónicas con la camisa, justo al compás, estirándose y rematando con media. Chulillos, monosabios y aún el caballo del algucilillo jalearon los lances. Escobón en ristre, montó el picador a lomos de un chaval que se había tapado un ojo con un pañuelo de hierbas. De lejos, como está mandado, se arrancó el toro, con tal ímpitu en la carrera que el picador salió por las orejas del que hacía de jamelgo y los tres rodaron por el coso entre la algarabía de todo el respetable. Reunióse el consejo y en un dos por tres acordó que en el próximo puyazo no habría derribo y se cambiaría de tercio, Así se hizo, extremando el rigor del ceremonial, se estiró con el único garapullo disponible en la diestra. Al tercer salto se le arrancó el toro y allí fue Troya. Un grito del toro, seguido de una mención a los difuntos del banderillero, fue inmediatamente respondido por una estupenda bofetada que acertó a pegar a la cabeza la oreja del toro. Uno y otro rodaron por el coso y las manos sucedieron las agresivas piernas. Voló una alpargata. Disimulaba la risa don Latino de Híspalis.


La cuadrilla separó a los contendientes y supo que el banderillero había pinchado en un dedo al toro en vez de hincar el palitroque en el corcho, confirmada la falta de puntería, se hizo la paz. Un chaval pidió al aguador que vertiera un chorrito sobre la herida. La voz quebrada dijo: "los toros de casta no lloran", y el toro se tragó sus lágrimas en un esfuerzo supremo. El peón de brega, se ofreció para sustituir al toro, que fue aceptado, y se produjo una insólita alternativa, con cesión de los trastos-cornamenta-, presenciada por el testigo y culminada con ritual abrazo, siguió la lidia. El nuevo zaíno resultó un tanto mugidor, escarbador de albero y derrotón por la derecha.

Gorrilla en mano, el espada se plantó ante Juan de Mairena y, con la camisa plegada, a la que se le había introducido un palo entre las mangas a guisa de percha, ofreció el brindis más repetido.
 
-"Señor  presidente: 
por usté, por usía.
Y si no mato al toro, 
que me quiten la vía".

Don Latino no pudo contener la carcajada.

Tras la cortesía, el matador desplegó la franela y citó de lejos, casi en los medios. Una voz advirtió al toro- "kiyo, no vale perseguir, Pepe; embiste por derecho o te sacudo. No agradó el aviso al zaíno, que escarbó aún más.

La voz atiplada del matador resonaba por el aire cálido y quieto de la Alameda, que ya presentía a Joselitos y Chicuelos. Pero el zaíno no se arrancaba.

-"Je...je! Venga, Pepe déjate de chusma y embiste, ío".

El toro sacó la lengua. El caballo del picador ordenó:
-"Que embistas, coñ..."
El toro insinuó un corte de manga a la cuadrilla. La reacción no se hizo esperar.
-"Ea, ya está; dame la cornamenta a mí".
-"No, a mí, a mí".
Empujones y zarandeos doblegaron la voluntad del zaíno, que se aprestó a embestir dócil. La faena fue digna de ser llevada a los pinceles. Los naturales, lentos, magestuosos, con la camisa a dos palmos de la cornamenta, estremecieron el aire de la Alameda. A don Latino le bullía un romanca en la cabeza. El matador se embriagaba de arte, la cuadrilla jaleaba hasta que el toro, muy harto de correr doblado por la cintura, se plantó ergido y exclamó: 
"-"Ya está bien, Manolo, ¿no? Venga ya, quiero hacer de espada".
"- Güeno, pó cuátrate".
"-¡Y una mierda! Me tiene que cuadrá tú con la muleta".
"-Ea, ya está." Y el espada se perfiló, estirado, de puntillas. 
El toro advirtió:
"- En el corcho, por tu mare. Como no pinches en el corcho te pego una mascá".
"-Menos".
El puntillero, que estaba aburrio, ya tenía ganas de actuar: 
"-Dejarse de guasa".

Bastó una sola estocada. No olvidemos que para el toro estaba rabiando por reencarnase en matador. Cayó fulminado. El puntillero utilizó una de sus dos palilleras y mimó la acción de apuntillar al toro. Los más revoltosos riendo y vociferando, hacían de mulillas y arrastraron al toro por los pies, dándole la vuelta al ruedo. Una voz que pedía el clarín para el segundo toro fue interrumpida por Juan de Mairena, que le pidió que  por favor, trasladaran el coso a las próximidades del quiosco de cristales, se miraron todos y uno dijo:
"_¡Maricón el último"!

-"¿Le alcanza a usté la vista-preguntó a Mairena-aquel grupo de niñas que juega a la comba"?
 "-Tengo la vista mejor que usté".
"-Pues , obsérvelas con sus caritas lavadas, sus batitas limpias y los lacitos en la trenzas.
-"Bah, son niñas.
"-A alguna habría que echarle aquel piropo que dice: "¿Hacia dónde caerá tu casa dentro de cinco años, chiquilla"?                     
                                             
Alameda de Hércules: años 50.
 

   
"Paseo por la Sevilla del 98"
Julio Martínez de Velasco.
Ed, Castillejo 3ª edición.