sábado, 12 de enero de 2013

RECUPERANDO LA MEMORIA DE SEVILLA: PAPELERÍA FERRER, V

FRANCISCO FERRER
FACHADA DE LA CÉLEBRE PAPELERÍA.

                  
INTERIOR DE LA PAPELERÍA








PAPELERÍA FERRER,
O CÓMO ENAMORÓ SEVILLA
A UN MATRIMONIO CATALÁN QUE IBA A EMBARCARSE:

Una saga catalana, del más puro estilo literario, fue el origen de  Papelería Ferrer, el más antiguo comercio de la calle Sierpes de Sevilla. Corría el lejano año de 1856 cuando D. José Ferrer Poch y su esposa, Dª Josefina Vidal Boniquet, hicieron escala en Sevilla camino de Cádiz, donde pensaban embarcarse rumbo a la Argentina. Tenían los billetes comprados. Pero se quedaron atrapados por Sevilla. Su nieto, Manuel Ferrer González, aún miraba al vacío preguntándose el porqué de aquella repentina decisión, que les da la razón a los abogados del embrujo sevillano.

Los ribetes novelesco de esta bonita historia saltan a la vista. El fundador de Casa Ferrer había contraído matrimonio en Barcelona con la hija de un fabricante de papel, y a partir de dicho momento se había quedado convertido en encargado de la fábrica de su suegro. Pero, por las razones que fuere, el matrimonio optó en su momento por marchar a la Argentina a hacer fortuna con los conocimientos en artes gráficas que habían adquirido en Cataluña. Tenían que pasar por Sevilla para tomar el barco para Cádiz. Y entonces surgió el "duende", porqque tuvo que tratarse de eso, habida cuenta que no conocían a nadie en la ciudad, ni habían estado antes en ella. Ni cortos ni perezosos, compraron el mismo inmueble que durante siglos fuera Casa Ferrer, en la calle Sierpes, todavía empedrada para que transitaran las bestias de carga. En seguida pidieron papel a la fábria de la que procedían y se dedicaron a venderlo como detallistas, y a elaborar su propia tinta. Aún hoy se conserva, en una carpeta que guarda celosamente Manuel Ferrer, un viejo y amarillento papel en el que se recoge curiosamente la receta para conseguir la "tinta de la Reina":-"Para diez litros de agua, doscientos gramos exacto de extracto de campeche y cien gramos de alcalu volátil. Se pone a la candela hasta que esté disuelto-".

Ferrer fue una institución. Frecuentemente, varaban por allí personas mayores que no iban a comprar nada, sino a adquirir un trozzo del tiempo añorado, a recordar. No en vano, por entre sus desvalijadas estanterías se vió en su tiempo a personajes como los hermanos Álvarez Quintero, que allí se surtían de plumas y de papel donde estamparon sus muchas obras, o un Gonzalo Bilbao que compraba lienzo y pinturas, y al que -según el libro de cuentas- fue servido en 1887 el lienzo en el que el gran pintor dejara plamada su soberbia visión de Las Cigarreras. (Esto no todos lo conocen).

En el primer callejero que se hizo en Sevilla, el Zarzuela, fechado en mil ochocientos y tantos, ya aparecía Papelería Ferrer. Era la época en que también se asomaba por allí el prestigioso escultor sevillano, Antonio Susillo, en que abocetara en un pliego de papel comprado allí su célebre Cristo de Las Mieles. Así como estampas del Gran Poder y la de la Esperanza Macarena que repartía la genial Carmen Amaya durante sus giras las había escogido sobre estos mostradores.

Como correspondencia al talante de los empresarios, el negocio empezó muy bien, y siempre se sostuvo en niveles más que aceptables. El primer balance del que se tiene constancia, es enero de 1869, arroja un volumen de entradas de 48.427 reales de vellón, y unos gastos de 28.627 reales. Pero el más valioso patrimonio del comercio, cuyos propietarios siempre han vivido en el mismo edificio, es el inmaterial. El gran médico liberal D. antonio González Meneses, (fallecido hace años), paraba diariamente en la Papelería Ferrer a charlar. En la trastienda se reunían en una tertulia en torno a una botella de ron cubano, mientras se apalabran transacciones comerciales con la ruta de América y se pasaban las monedas de oro para ver el lastre. Los capitanes de barcos catalanes peregrinaban a Ferrer antes y después de sus viajes, una vez atracada la nave en el Muelle de la Sal.

Los dueños de Ferrer llegaron a reunir una interesante colección de fotografías de artistas célebres dedicadas, hasta que el padre del genial cantaor El Caracol se encaprichó con ellas un día que las vió sobre el mostrador. Aquel mozo de estoques del Gallo moría con las imágenes de sus ídolos. La tienda ha conocido alumbrado de velones, de gas y eléctrico, así como como aquello de -"¡Agua va!"-de cuando sólo se tenía un pozo negro para atender a las necesidades higiénicas.

Nacido en la misma casa, Manuel Ferrer recuerda los años del Pasaje Eritaña, de Casa Covián y de la plaza de la Campana, mucho más pequeña que la actual, donde se encontraba el teatro Novedades, verdadero templo del Arte Flamenco, la calle de La Plata-en las que abrías los brazos y tocabas todas sus paredes- hasta que se produjo el ensanche que dió lugar a la calle Laraña-, y el bar Las Campanillas, donde un café de maquinilla costaba quince céntimos. También sonríe al hablar de una calle Sierpes en la que abría sus puertas "Guantes Gely" o la tortería Castañeda, en la esquina con La Campana, o la librería Navarro, después Pascual Lázaro. La lista de evocaciones se prolonga: platería Meneses, Kursaal Internacional, agraz (uva agría) Dolorcita...venían los panaderos de Alcalá-dice Manuel Ferrer mientras parece verlos-, y las carretas de recogida de las basuras tiradas por bueyes, y los hortealnos, y hasta rebaños de cabras he visto por la calle Sierpes, para vender a las mujeres la leche recién ordeñada. Era cuando se trabajaba de ocho de la mañana a doce de la noche, festivos inclusive, hasta que Primo de Rivera estableció el horario comercial. 

En carvaval-apunta Ferrer-los casinos cerraban a las cuatro de la mañana. ¡Anda que no he llevado yo de chico cajones de papelillos y serpentinas al Kursaal! Después -mucho después- vendría la reforma de la fachada que se produjo en 1952. por aquel entonces era asiduo de Ferrer, el gran Antonio Machín, que escribía sus inolvidables canciones sobre papel salido del almacén allí enclavado. "-De futuro, lo que Dios quiera-"cuenta Manuel Ferrer-"todo tiene su fin a lo largo del tiempo, pero mientras se pueda aguantar...-"

Perdió sus valiosos y voluminosos archivos cuando los trasladó a un local de la calle Almojarifazgo, pero no ha extraviado pinceladas del ayer como la venta de papel de barba, o oblea (pasta de papel redondo que se pegaba a modo de lacre), o plumas de ave, o papel en rama (para embalaje), o aquellas cápsulas de porcelana con tiza en polvo que se usaba como papel secante, o la célebre pizarra con su pizarrín para escolares, la plumas para los tinteros de "lanza", "corona", "hacha..." artículos todos ellos y que algunos hemos conocido de niños que duermen el sueño de los justos y a los que la pátina del tiempo revaloriza en manos de anticuarios o amantes de colecciones. Paradojas de la Historia, cuyo tapiz está elaborado con hilos de los Ferrer que guarda primorosas huellas de la Sevilla que se nos fue...