Promoción de las rebajas de Las 7 Puertas |
Plaza de la Encarnación, años 50, cercana a Puente y Pellón, donde estaba el comercio de Las Siete Puertas, arteria comercial sevillana. |
La existencia de tantos años es el saldo de estos grandes almacenes en los que se ha surtido a la Sevilla popular que va del mantón de Manila y la pelliza a la sábana hecha y todo tipo de tejidos. Los 153.000 duros que pagaron los compradores del edificio para sacar de su postración al más joven de los hermanos, sin trabajo por enfermedad, y el neón de los rótulos. Popelín, cresatén, gabanes, crespones, panas, pañería y una interminable listas de materiales desaparecidos son los mismos con los que está construida la imagen en sepia de una Sevilla de corral y gorra presente ya sólo en el celuloide de Pérez Lugín.
Son los mismos almacenes que se vieron obligdos a vender carne de membrillo durante la Guerra Civil del 36. Los que no cuentan entre sus numerosísimos clientes con aristócratas alguno, y sí mucha gente de barrios, pueblos...pero, sobre todo, los que vistieron a la Sevilla trabajadora; no en vano se llegaron a vender sesenta mil mantones a los pocos años de abrir sus Siete Puertas, el entrañable almacén. ¡Qué contento no se sentiría D. Gabriel Teruel, cuya lesión cerebrar le había granjeado la pérdida de su puesto laboral en "Los Caminos", cuando al volver a tomar su cargo la mantonería, ya en "Las Siete Puertas", alcanzó tan alta cota de ventas! En efecto, todo empezó cuando D. Dionisio Teruel, apoderado de "Los Caminos", se vió angustiado por la dolencia de su hermano menor. Reunió a Benito, Manuel y Gabriel, les manifestó lo insostenible de la situación, y entre todos fueron capaces de poner las 565.000 pesetas de entonces para establecerse independientemente.
EL PIANILLO, MUY POPULAR HASTA LOS 80 |
Por intrincadas vías genealógicas, la casa llega a manos de Iglesias, Pérez y Soro, apellidos que hoy dan nombre a la S.A propitaria. Pero hay un punto común entre muchos empresarios que han tenido participación en Las Siete Puertas: la Rioja, zona de procedencia de la familia, y particularmente Rabanera y Laguna de Cameros.
Fue Joaquín Iglesias gerente y Joaquín Calonge, más de cincuentanaños en la casa, son las voces autorizidas por cuyos testimonios es posible recomponer épocas en las que se vendían pellizas a miles, (hoy se ven en el Rocío, y hacerlas cuestan cien veces más): popelín, finísima tela para las camisas de la población rural; patén para los pantalones; lienzo moreno, se vendían por centenares, opales, y cresatén para la ropa interior femenina, fajas para costaleros, gabanes, cuando ahora no se venden abrigos....
Seguidores, eran tiempos en que se hacían los calzoncillos expresamente al tiempo de casarse...¡Qué tiempos! Había un gran colectivo de sastres por toda la ciudad que garantizaban la buena pañería.
La Guerra Civil supuso un palo muy considerable, hasta el punto de que fue preciso recurrir a la venta de calzado, y hasta de la carne de membrillo. Señores, por aquel entonces no existía la floreciente Hytasa, proveedora mayoritaria de Las Siete Puertas, pero sí La María, fabricante que tenía el taller en Capuchinos. Muchas mujeres cosían entonces para la casa, cuyas entregas se hacían a través de una escalera específica con entrada aparte. Tembién hubo internos en Las 7 Puertas, hasta el año treinta, y algunos abandonaron la empresa por un asunto de preferencia en la mesa a la hora de comer. Las hermanas de la Cruz, que hasta de Valladolid hacen pedidos...
Haciendo cuentas, pasan de tres mil empleados en la historia de este veterano y destacado comercio sevillano, desde que los hermanos Teruel fundaran Las Siete Puertas, por la que pasaron tantos trabajadores, muchos de ellos titulares de hoy de comercios esparcidos por la provincia. Parte de un paisaje que ha sabido combinar la tradición con algo que está en el candelro: la reconversión.
La casa romántica del marqués de Sortes y el mesón del Burro
Los fundadores de Las Siete Puertas compraron el edificio al marqués de Sortes, que tenía un caserón en la calle Dados. La casa todavía conserva no pocos restos del esplendor y la estructura de su antiguo uso nobiliario.
Entre mis recuerdos de jovencita, están las vigas labradas de los techos de las dependencias que albergaban los almacenes y que hoy se encuentran semivacias, desde hace unos años. No lo conocí, pero cuentan que en los años cincuenta, durante una de las remodelaciones que tuvo la casa, desapareció la espléndida escalera que presidía un gran retrato del fundador que aún se conserva, verdadera muestra de belleza y elegancia arquitectónica.
Entre los escritos vetustos y tinteros de cerámica, luce colgado de la pared un dibujo de la primera fachada que tuvo la tienda Las Siete Puertas, de corte romántico, los siete huecos que ofrecía fueron los que dieron nombre a estos prestigiosos almacenes sevillanos. Una curiosidad: el recinto integra el que fue patio del antiguo Mesón del Burro, que sirvió para bautizar la célebre -calle Afonso X El Sabio- que la guasa sevillana añadió bajo el rótulo:
Calle de Alfondo X el Sabio.
(antes Burro)
Se conservan perfectamente las columnas y capiteles. El edificio aún guarda muchas maletas de cuero, que en tiempos se usaban para los representantes que batian toda Andalucía y Extremadura. Se salvo del derribo la parte antigua, allí el mostrador de preciosa caoba y el suelo de mármol dan fe de tiempos gloriosos y añorados.