sábado, 6 de marzo de 2010

DOLOR Y GOZO

Recientemente asistimos a una conferencia que se nos impartió en Aula Abierta Universitaria de Gines. Paso a exponer las conclusiones de mis ideas al respecto.
Para encontrar-y sentir-uno de ellos plenamente, no podemos evitar el otro, creo.
Recuerdo que mi marido y yo vimos una representación teatral de una obra acerca de un matrimonio que pasaba su vacaciones, desde hacía mucho tiempo en el mismo lugar para descansar.
El tema subyacente era su propia mortalidad, la sensación de que se las acababa el tiempo, después de una fructífera y armoniosa vida juntos. Nos sentimos profundamenta conmovidos por ellos, reímos sus encantadoras manías y lloramos con sus angustias y adversidades, espectantes con sus intrigas y tretas, eran singulares.
Al terminar la función, una mujer de la fila de atrás dijo en voz alta a su acompañante: "¡No aguanto las obras que tratan de hacer llorar!"
Francamente, sentí pena por aquella mujer. Si no puede resistir la contemplación de la muerte, no debe de haber advertido quizás la presencia de los seres que quieren, con esa intensidad, de los que viven y saben disfrutar de la vida.
Es, en efecto, posible rozar la superficie de la existencia, pasar por ella sin sentirse hondamente conmovido por nada, pero resulta muy gratificante, claro está. Los que se aislan del dolor creo que sacrifican al mismo tiempo las oportunidades de experimentar grandes alegrías y gozos.
Yo pienso, que para sentir a fondo, para conocernos mejor y para "percibir" a los demás, hemos de vivirlo todo y por entero.
Bueno, para mí, la capacidad de sentir gozo por las cosas cotidianas y más corrientes se hace más honda después de haber, pasado por un gran dolor, o superado alguna fuerte adversidad. La muerte hace más preciosa la vida; la frustración da más plenitud al éxito. La capacidad de sentir es cuestión especialmente crucial para los padres.
Nuestra inclinación natural nos lleva a proteger a los hijos de las desgracias.
A veces, pensamos que somos buenos padres si nuestros hijos son felices; y que si están tristes, hemos fracasado en la tarea.
Pero transmitir a los chavales el mensaje de que es bueno ser feliz y espantoso estar triste, reduce y creo que mucho, la capacidad de explorar todas las experiencias humanas y "curtirse".
Los hijos precisan comprender que en el sufrimiento. la frustración y el fracaso no sólo son INEVITABLES, sino PROVECHOSOS. Tales experiencias pueden ayudar a desarollar la paciencia, la perseverancia, el respeto, la solidaridad, la reflexión y el aguante que indudablemente van a necesitar cuando les falle un experimento científico, un desengaño amoroso, una traición de un amigo, malas notas a pesar de trabajado firme o que siga hundiéndose como un plomo después de haber pasado todo el verano "aprendiendo" a bucear. Estimo que no hay nada terrible en el fracaso, a mi entender, sólo significa que tardaremos un poco más en lograr nuestros objetivos, ya que de los fracasos se aprende y mucho.
En el dolor; lo que hace daño a la larga, es ahogar nuestros impulsos por miedo al sufrimiento posterior.
Creo que resulta particularmente cierto en lo que se refiere a las relaciones humanas. En cierta ocasión contemplé en el parque, cómo un padre decía a su hijo, de unos 9 años: "No importa que David no juegue contigo; era un tonto". Con este comentario, pienso, que no le aporta nada positivo, no le induce al respeto, a la reflexión para que trate de ver en qué ha podido él fallar, posiblemente, etc. Pero la ruptura de una amistad siempre duele. Si damos de lado, disminuimos el significado-y gran parte de la alegría- de esas relaciones.
Una actitud altanera puede invalidar la capacidad de un niño, y, equivocarle en su conducta vitalicia, ¿O.K?
Recuerdo, hace ya mucho tiempo, mi marido me dijo en cierta ocasión una máxima que siempre tengo presente: "Lo único que temo es no ser digno de mi propio sufrimiento". Cada vez que me siento mal, anhelante, baja de ánimos, recuerdo esa magnifica frase, tan precisa como cierta, de mi fiel compañero en esta vida, él es mi gran tesoro.
Es un recordatorio constante de que si soy digna de mis propios sufrimientos-si los admito y empleo para conocerme mejor y para compenetrarme más con los demás-, seré igualmente digna de los momentos de gozo que, INEVITABLEMENTE, VENDRÁN DESPUÉS.