lunes, 18 de agosto de 2014

RECUERDOS: EL FICUS

   
Hojas de ficus.









Llegó la primavera, y las plantas del patio ostentan sus yemas, ramitas, capullitos y florecillas abiertas. Una mezcla de aromas que en conjunto hacen que sea una delicia muy atractiva de olores y colores en una bella sinfonía de la madre Naturaleza.

Tenemos un precioso ficus. La poda en las plantas son necesarias y buenas para el árbol, pero me resisto a cortar cualquier rama, incluso hojas, porque había compartido con nosotros nuestras penas, preocupaciones y alegrías durante muchos años.

Compramos el ficus cuando era una plantita diminuta que estaba en un tiesto chico. Mi marido y yo acabábamos de casarnos hace "taítantos" años, luego hace todo ése tiempo, claro...Vivíamos en una casa alquilada de techos no muy altos y en todas las dependencia había ventanal o balcón. Coloqué el arbolito en un rincón  del  pasillo de entrada a la casa, donde le llegaba el sol a través de la galería. Cuando los rayos solares se posaban sobre las tiernas hojas verdes, el  follaje  reflejaba de tal forma la exuberancia de la vida, que sentía expandirse mi corazón, era una gozada.

Al año siguiente, con nuestros ahorros, mi marido y yo compramos una casita con estupenda distribución, con un desvancito que convertimos en estudio. Tenía un jardín mediano, éste era pródigo en plantas y diversidad de flores, muy del clima sevillano. El ficus era el "rey", crecía precioso. Nos dijeron que el árbol enraizaba con mucha fuerza, así que para no dañar la estructura de la casa a medida que crecía, lo conservamos en macetón. Con todo, la abundante luz solar y el rocío lo hicieron crecer robusto y frondoso. Cuando nació nuestra primera hija, ya estaba como yo de alto. Solíamos sentarnos bajo el árbol las mañanas de verano y complaciente, nos abanicaba con sus hojas y la brisa. A veces, nos sentábamos al atardecer a su lado y nos poníamos a leer, mientra la pequeña, correteaba jugando. Era una época muy buena y feliz. Siempre me gustó observar la Naturaleza y deleitarme con ella. En ocasiones apagaba la luz del porche para ver el coqueteo entre el ficus y el claro de luna. Las hojas se sacudían y danzaban en vaivén al caer al suelo, la traviesa luna, no atinaba. Manteníamos buenos ratos de charla sobre cualquier cosa, y también cuando nos visitaban familia y amigos, formaba parte de nuestro entorno, una parte muy entrañable. El tiempo, el mejor director del teatro de la vida, nos asigna distintos papeles a través del tiempo. Yo había representado a una hija, esposa, nuera y madre. El ficus, era mi público fiel, testigo de cada detalle de mi actuación. Vinieron más hijos. Mi árbol estaba muy frondoso y en sus ramas los niños ponían sus columpios, presenció los eventos familiares, vió cómo pasamos noches en blanco mientras criabamos a los hijos, miró a los  niños pasar del balbuceo y el gateo de la infancia a la adolescencia, y al aparecer con los novios, testigo mudo de almuerzos familiares, debates sobre los proyectos y estudios de los hijos, del ascenso imparable de mi marido en la empresa. Así fue pasando el tiempo. Mi marido y yo dejábammos atrás nuestra optimista y vigorosa juventud y entrábamos en la madurez. También acusaba el paso de los años la casa, que empezó a salirle goteras, se obstruían los tubos de desagüe, alguna cerámica trianera del porche, precisó un arreglito. 

A nosotros también nos gustan los animales, criarlos y cuidarlos y pensamos que a nuestros hijos también, así le fomentamos el compartir y darles una responsabilidad y dan estupendos réditos y motivaciones a todos...El gato se subía al ficus a otear y dormir, el perro, dormitaba a su sombra y los pajaritos lo colgábamos de sus ramas...

Decidimos pasar a la tierra el magnifico ficus. Mi marido cavó un gran y profundo hoyo para que sus viejas raíces, se estiraran y aflojaran con libertad y cubrió de mantillo. En la faena todos nosotros intervenimos de una manera u otra y los nietecitos, espectadores boquiabiertos, haciendo mil preguntas, pero muy formalitos. Echó ramas y renuevos y se cubrió de un follaje intensamente verde. Mucho después de que nos hayamos ido nosotros, el ficus seguirá para vigilar  los eventos familiares y ver cómo comparten sus alegrías y sinsabores, sus placeres, preocupaciones, enfados, amarguras y risas y ser el guardían de nuestra casa y de nuestros hijos, de generaciones venideras.

Fue el mudo testigo de mi vida y comparte conmigo varias décadas, custodió nuestra casa y vivimos las venturas y penalidades que nos depara las circunstancias de la vida. Lo criamos desde chiquitito, le dedicamos cariño y atenciones, es un entrañable amigo y pido a Dios que así siga siendo por muchos años más...

                                                                                        
Nuestro grupo ante el viejo ficus en la Alameda gaditana, 2012, Año del Bicentenario de La Pepa. Lo visitamos para admirar tan majestuoso y maravilloso ejemplar.
Fue una visita inolvidable, con nuestros
profesores y compis...