lunes, 11 de junio de 2018

DUNIA







Hoy me viene a la memoria nuestra perra. La tuvimos casi de recién nacida. Era una más en casa. El cariño que nos teníamos era enorme y recíproco. Fue una "niñera" estupenda para nuestros cuatro hijos.

Siempre le gustaba estar con alguno de nosotros y correteaba por el jardín, jugueteando y dando brincos...avisaba si se acercaba a la casa algún desconocido.

Dunia tenía 16 años, los últimos meses de su vida, le costaba mucho trabajo subir las escaleras, se paraba un poco para recobrar el resuello.

Una calurosa noche de junio le oí subir, serían alrededor de las 24,00 horas, más de prisa de lo habitual. Se acercó a mi lado de la cama, le acaricié la cabeza un poco; a renglón seguido se fue al lado de mi marido en busca de la mano de mi marido y le dió un lametón. Luego se marchó tranquilamente hacía la habitación de mi hijo, empujando suavemente su puerta...

Sin saber la razón, me sentía inquieta por ella, y me levanté. Ví a Dunia  tocar despacito los pelos del niño profundamente dormidito; luego fue directa a la habitación de las niñas. Tres minutos después, bajó rápidamente las escaleras.

Durante un rato me sentí inquieta y pensativa, no eran horas de esas muestras de cariño. Por último, decidí investigar. La encontré tumbada al pie de las escaleras en su postura tan conocida por mí: las patas delanteras, cruzadas; la cabeza, un poco ladeada, descansando sobre ellas...estaba muerta.

 Había subido a despedirse de nosotros...