Aunque muchos sevillanos han visitado alguna vez el cementerio de S. Fernando, pocos sabrán que el grandioso Cristo Crucificado, de bronce, que preside la Glorieta Principal del cementerio, se llama vox populis, como el" Cristo de las Mieles."
En el año 1857 nació en la casa número 55 de la Alameda de Hércules el destacado escultor Antonio Susillo. Hijo de un vendedor de aceitunas del mercado de la calle Feria.
Cierto día cuando apenas tenía 7 años, acertó pasar por la puerta de su vivienda la Infanta-Duquesa de Montpensier, donde el niño jugaba a modelar bellas figuritas, sorprendida por el genio del niño. lo tomó bajo su protección y le costeó sus estudios.
A los 28 años de edad, Susillo recibe del Ayto de Sevilla el honrosísimo encargo de crear el monumento a Daoiz, que está emplazado en la Plaza de la Gavidia. Ya antes había hecho la escultura a Velázquez, que se encuentra en la Plaza del Duque.
Por sus numerosas y bellas obras, le otorgan la Encomienda de la Real y Distinguida Orden de Carlos III, y ¡A los treinta años de edad! es nombrado Académico Numerario de las Bellas artes de Santa Isabel de Hungría.
Suyas son las doce estatuas que lucen en el Palacio de S. Telmo, residencia de los Duques de Montpensier, por aquél entonces. Las esculturas representan a destacados personajes, que son:
D. Miguel de Mañara, Bartolomé de las Casas, D. Pedro Ponce de León, Marqués-Duque de Cádiz, B. Arias Montano, el Divino Herrera, Ortiz de Zúñiga, Martínez Montañés, Murillo, Velázquez, Lope de Rueda, Daoiz, y Perafán de Ribera.
Y finalmente, la grandiosa obra maestra, la definitiva, el Cristo Crucificado para la Glorieta Central del cementerio.
Pasaron los días, cuando la gente que acudía a visitar en el cementerio la tumba del genial artista, observó que de la boca del Cristo Crucificado salía un arroyo de miel, que chorreaba por los labios y la barba, y le descencia por el cuello hasta el pecho. No era ningún milagro, sino algo muy sencillo y natural, por la imagen: un ejambre de abejas había hecho su panal dentro de la boca del Cristo, y la miel chorreaba desde el panal por la imagen. Pero si el suceso era explicable y natutal, no por ello dejaba de ser asombroso y maravilloso, que habiendo tantos lugares en el cementerio de S. Fernando, entre cientos de árboles, miles de rosales, decenas de capillas y panteones, las abejas hubieran elegido precisamente la boca del Cristo para hacer su panal, y precisamente a los pocos días de enterrarse allí su autor, Antonio Susillo.
Y como el pueblo siempre desea perpetuar los prodigios, curiosidades y maravillas, los sevillanos dieron a llamar al Cristo Crucificado del cementerio con el nombre de "el Cristo de las Mieles", con el que todavía hoy le designamos.