"RECUERDOS CON HUELLAS"
Bien niños, es hora de irse a la cama. Siempre eramos aceptablemente disciplinados, (pero sin exagerar, claro). Mi hermano y yo subíamos corriendo a ponernos el pijama. Mamá nos seguía llevando algo para leer. Nos apoyávamos en un codo, mientras ella se sentaba al borde de la cama, después de arroparnos. Aún la puedo recordar muy bien. Pasaba la mano sobre las hojas para abrir bien el libro, pero con cuidado, suspiraba y seguidamente, ¡A leer!
No sabiamos quién llegaría en aquellas maravillosas noches; tal vez los cuentos de Calleja, Ana María Matute, o el extraño Rumpelstiltin del cuanto de los hermanos Grimm, o Jesús ante Caifás, quizás el entrañable burrito Platero de J. R. Jiménez...
Sin darnos cuenta nos acercábamos a ella, para seguir de cerca la narración, que mamá trasformaba con su voz en vivas imágines. Por ahí andaban el capitán Nemo, en el fondo del mar; Tom Sawyer junto a la barda a medio pintar; Horacio, blandiendo su espada, en medio del puente romano, las Fábulas de Samaniego...
Cuando mi hermano y yo comezamos el "cole", ya sabiamos leer bien. Llevábamos una doble vida literaria. Durante el día nos abríamos pasos con los libros de textos escolares. Durante la tarde-noche-como los reyes de la Antigüedad, que apoyaban el mentón en las palmas de las manos mientras escuchaban, embelesados, a los bufones de la corte-nos deleitábamos con las lecturas interesantes de mamá. Nos hizo vivir una increible aventura en el París de Edgar Allan Poe...el vigor que estaba dando a nuestro intelecto, al escoger, para sus lecturas, a Shakesepeare, Dickens, los Machado, Concha Espina, Lorca, M. Hernández, María zambrano, Cervantes, cuando estábamos mayorcitos. ¡Qué tiempos aquellos!
Al cumplir los doce años, ya contábamos con nuestra propia pila de libros. En las tardes hacíamos los deberes escolares en la mesa de la cocina cubierta con un bonito mantel de hule, después de merendar nuestro "hoyo" y el tazón con leche. Compartíamos con los primos los libros y también jugábamos con los vecinitos al pilla-pilla, a las palabras encadenadas, a buscar diferentes clases de insectos, y por supuesto, a correr, (no me iba mal ahí).
Mamá no era universitaria. Pero sí tenía una vasta cultura, comparado con los amplios conocimientos que adquirió con sus lecturas, la soltura, la precisión, etc. Era el verdadero pilar fuerte de la casa.
Con el tiempo mamá se fue deteriorando, la ley de la vida no perdona a nadie, con achaques importantes que la limitaban. Confinada en la silla de ruedas. Su habla es más lenta pero clara y a perdido parte de la visión. Pero su mente sigue lúcida y fructífera como siempre. Su fe y su paciencia en todo este calvario son tan heroica como los relatos que me leía de niña.
Ahora soy yo quien la lee a ella, y lo hago con gran cariño y placer. cuando llego, está sentada junto a la cama oyendo "Sevilla en la Historia y en la Leyenda" de S. Montoto en Radio Sevilla, nos abrazamos y hablamos largo y tendido. Después me pregunta: ¿Qué...trajiste?
A veces le leo algo suyo y sonrie, otras, las moralejas de Felix de Samaniego, o los filósofos griegos y romanos de la Antigüedad. Nos adentramos de nuevo en las profundidades y alcanzamos las cimas de la poesía de J. R. Jiménez, Rafael de León, en los refranes, verdadera filosofía popular, en las aventuras de los viajes de Darwin...mamá cierra los ojos, entrelaza las manos y asiente con la cabeza. Como viajeros que ansian ver el hogar a la vuelta del camino, caminamos de puntillas a lo largo del viejo sendero conocido que forman las pequeñas palabras negras, para redescubrir momentos siempre frescos, entrañables y divertidos...
Los recuerdos son grandes maestros, allá a madiados del siglo pasado, cuando esto ocurría. También tienen la facultad de gozar de ellos al revivirlos, siempre aportan tanto, tanto y tanto...