Me gusta pasear por la manzana, cercana a casa, en el barrio. Entrar en el taller de un zapatero remendón, que en la actualidad son escasos. El olor a cuero, el ruido de la anticuada maquinaria con sus correas y poleas impulsadas por un solo motor, un cierto desorden, (pero él sabe dónde está todo), todo me resulta fascinante y curioso. Lo extraordinario es observar a un que sabe su oficio y disfruta haciéndolo. Siempre me ha parecido que existe un instructivo paralelismo entre el artista y el zapatero remendón, especialmente por el hecho de que ninguno de los dos escoge su profesión con ánimo de lucro. Lo cierto es que con excepción de los artistas, los zapateros, los poetas, agricultores y algún que otro de los viejos maestros del golf, la mayoría de las personas trabaja simplemente para ganar dinero. El lucro ha reemplazado al goce de la tarea como móvil final. Dadas las presiones sociales de nuestros días, es inevitable; pero qué gran cosa sería que todos disfrutaran con su trabajo. Ya quedan muy pocas tareas "que se hacen con amor". Lo que probablemente explica muchas cosas, tales por qué los médicos ya no hacen visitas a domicilio, por qué los maestros van a la huelga y por qué el cartero no entrega la correspondencia como antes. Se rompió lo establecido: llegó la evolución...
(Pulsar en el enlace, porfi).