Un día en el firmamento una estrella le confesó a la Luna que sentía envidia de quienes vivían en la Tierra. El planeta se veía tan verde y azul desde allí arriba. Tan lindo que la estrella imaginaba lo bonito que sería convertirse en flor y vivir rodeada de tan hermosos valles, bosques, ríos y montañas.
La Luna, orgullosa, no se lo tomó bien. Enfadada y despechada decidió acceder y la envió a una de nuestra montañas más altas. Allí, cubierta por un manto de blanca nieve, la estrella se convirtió en una de las flores más hermosas nunca vistas, con forma estrellada y pétalos de color de luna.
Sin embargo, la Luna se había cobrado su despecho y la nueva flor pronto se dio cuenta. Estaba sola, rodeada de roca y hielo en lo alto de las montañas y alejada del resto de seres de la Tierra.
Cuenta la leyenda que esa hermosa y solitaria flor es la flor de nieve (nieu en aragonés) o Edelweiss, que podemos encontrar en las cotas más altas del Pirineo.
La leyenda de Edelweiss
Otra versión cuenta que un apuesto joven declaró su amor a Edelweiss, una joven muy especial cuya belleza era solo comparable al blanco de las nieves. Agradecida por tal proposición, Edelweiss retó al joven a encontrar una estrella que a la Tierra llegó convertida en flor y que habita en lo más alto de las montañas, rodeada de hielo y nieve. Un gran amor requiere de una gran hazaña, dijo.
El joven, aunque asustado, aceptó la propuesta y salió en su busca. Sin embargo, las semanas y los meses pasaron sin que regresara. Edelweiss, apenada y enamorada, pronto enloqueció y una de las frías noches de invierno salió a buscarlo entre la nieve. Gritó su nombre con fuerza hasta quedarse sin voz. Desde ese día nadie volvió a ver a la joven. Nunca más se supo nada de ellos.
Dicen que la flor recibió el nombre de Edelweiss para honrar el amor de la pareja y que por este motivo, la flor representa el coraje, los sueños y el amor eterno.