Los
sevillanos empezamos a ir al teatro hace cerca de MM años y dejamos,
relativamente, de ir hace unas décadas. Comenzamos yendo al gran Teatro
Romano de Itálica y casi acabamos cuando se derribó el Kurssal y S.
Fernando. A juzgar por lo descubierto y por lo descubrir, el romano
debió ser un teatro imponente, en el actuaría Diana Italense con sus
cuadrus flamencus. Si siguen las excavaciones, el día menos pensado
pueden aparecer los restos del apuntador en su concha y todo, con el
libreto "Traiana et olé" en tablilla encerada, o de los acomodadores
provisto de candiles de aceite en una mano y en la otra con la palma
hacia arriba en ademán de recibir el sextercio de propina; y si aún se
excava más hondo, hasta puede aparecer el camerius de Raphaelis,
jiennense clásico donde los haya. Lo que sí sabemos es que era capaz
para cuatro mil espectadores. ¡Cualquiera aparcaba su cuadriga una noche
de actuación de Manolus Escobaris! Con tantas cuadrigas como habría
aparcadas ¡Ni mijita! los agentes de los ediles impondría "multas"
multas. Hay arqueólogos que sustentan, además de su familia, la
hipótesis de que en vez de orchestra había un conjuntus guitarrus
eléctricus.
El
teatro se interrumpió con las invasiones de unos pueblos a quienes los
hispalenses llamaron bárbaros precisamente porque no les gustaban las
tragedias del cordobés Séneca. Después vinieron los árabes, que trajeron
nuevos instrumentos musicales, se cantineaban con cierto estilo ,
antecedente de el de Emilio El Moro, y las moritas sabían levantar los
brazos y menear las caderas con una jartá de gracia ¡Ojú!. Pero el
teatro como tal no había, me figuro yo porque nadie entendían lo que
decían. Así hasta el Renacimiento va un batihoja, cierra el taller y
crea un grupo de teatro independiente que es sistemáticamente
entorpecido por los esbirros de Felipe II a instigación de los esaboríos
inquisidores. A trancas y barrancas estrenan obras como "Eufemia",
"Armelina", "Medora" y "Los engañaos". La crítica decía que eso de
bucólico-pastoril no lo entendía el público y que se aburría; que lo
bueno del teatro de siempre, el de los misterios religiosos. Harto de la
censura, va y se mete a pasota, pasándose a escribir de paso para
café-teatro: era Lope de Rueda. Logró animar el cotarro teatral en
Sevilla y se abrieron varios corrales de comedia como el del Coliseo,
que para nada tiene que ver con el que se metamorfeó en Banco y, allá
por el día del Corpus cundió la costumbre de los autos sacramentales,
que no hay que confundir con los "gran turismo" alquilados para una
boda.
También
en el siglo XVIII se combatió el teatro en Sevilla y la batalla del
Poder contra el teatro duró noventa años, de donde se deduce y se
infiere que quien no se consuela es porque no quiere, y que viva la
Pepa, si bien en todo tiempo cuecen habas, no es menos cierto que no
cualquier tiempo pasado fue mejor y todo eso.... Hay que tener en cuenta
que entonces el teatro era un lugar de diversión: el más importante .
Allí se divertía hasta el apuntador, que era el bichito de la almeja
situada en la corbata. El apuntador no tenía punta, pero se sabía de
memoria el número que calzaba cada actor, no ni ná, y cuando bostezaba
se tragaba todo el polvo de las tablas. La gente se lo pasaba muy bien.
Antaño,
los sevillanos pasaban hambre fuera del teatro y se metían en él para
consuelo de sus estómagos vacíos, porque allí había entremeses y
carzuelas. Y sainetes que, según el diccionario de la R.A.E. son salsas
que se sirven en ciertos manjares para hacerlos más apetitosos; y aún
tiene estas otras dos acepciones gatronómicas: "bocadita delicado y
gustoso al paladar" y "sabor suave y delicado de un manjar". Sin
embargo, el telón de boca, a pesar de ser boca, no era vianda
comestible. Aclaro, porque ya pasó de moda, que telón de boca es eso que
va para arriba y para abajo. Los que más hambre pasaban eran los
tramoyistas, eso que armaban la tramoya y se tomaban el escenario como
si fuera un barco velero. Son los verdaderos héroes del teatro y no
Hamlet ni Segismundo. Ellos deberían ser condecorados con decorados
porque quienes andan entre candilejas, o se arriman a la concha (del
apuntador, por supuesto), o se los llevas las diablas.
Hogareño,
el teatro ha tomado otro rumbos, porque el cine empuja más que una
vieja nerviosa en una cola, y dicen que está en crisis. Uno de esos
rumbos es el café-teatro, cuyo exclusivo fin es la diversión. Pero
también habrá que buscar otros rumbos para el café-teatro a fin de
consolidarlo. Entre las posibles fómulas propongo los cañas-teatros, los
dobles-teatro, los tanques-teatro, los maceta-teatros...aunque los que
más público llevarían serían los tintos-teatro. Quienes se aferren a la
ya tradicional infusión escénica del café-teatro podría probar, a ver si
tienen más éxito, los descafeinado-teatro o los
in-muy-cortito-casi-leche-manchada-sin-azúcar-teatro...
Espartacus Sevillanum
Recopilado.