Mí
muy amada Triana: Hoy, en estos días, me he levantado nostálgico por lo
que he decidido pasearte por mis recuerdos. Después de una reflexión,
obligada, me he preguntado: ¿Qué están haciendo contigo? Dañada veo tu
alma de años encontrados frente a siglos de deseos. Morada mágica,
preñada de misterios que te van convirtiendo sin que algunos se den
cuenta en la infausta figura de cuanto fuiste.
¿Dónde están tus Carmen? Aquellas de inmaculado delantal, de críos a horcajadas sobre la hermosa redondez de sus cinturas; las del largo y negro pelo, tan lleno de azabache como la noche que vivieran tus hombres al calor amargo de sus desdichas; las del moño terso como su hambre pero, bellamente adornado con la exuberancia de una moña de jazmines.
¿Dónde aquellas tus noches bajo el titilar alegre de tu tipismo? La de las manos asidas a un botijo “Justino o Rufino” del que tal vez se derramara todo un caudal de refrescantes sonrisas a la sombra luminosa de una embriagadora Soleá; Soleá que, quién sabe si fue aquella que se cambió de vestido, para desde entonces asistir al triste y esperado momento de un aviso deshumanizado en el atardecer de cualquiera de nuestros días, ante lo aprensivo de una inseguridad manifiesta.
¡Ay, mí adorada Triana! qué solas se quedan tus aceras, en esas horas en las que antaño tus gentes caminaban hacia aquellos cines de verano, y en cambio, ahora, lo hacen buscando el refugio de los nuevos y extraños hogares para esperar en ellos un nostálgico y lento despertar de otras lunas… ¿Dónde aquel pasear sublime? Aquel tan lleno de encantos, y del sortilegio embriagador de los nardos curiosos entre las barandas de tus azoteas, como cautivos de una zapata de ondinas, reflejos de la cal, y el viejo cobre en el vidriado espejo de tu río, entonces ausencia de miedos y recelos. A veces me pregunto, si todo fue debido al sopor o la algarabía de una tarde inmensa del inmenso Julio…
¡Oh Triana, mi Triana! Mi amor por ti hace posible la hermosa visión. Te veo, como en épocas pasadas; henchida por la luz, el color y el gozo; la alegría de los albures saltando sobre el hechizo de tu sentimiento; el alborozo de tus gentes aliviada por unos nuevos aires, ante el sofoco propio del estío; el regocijo de tus chiquillos viviendo la antigua travesura de la subida furtiva en aquellas traseras de los coches de caballos, cuyo tintineo cascabelero estoy seguro se volverá a sentir por el paso gracioso del sueño de una siesta, un hermoso corcel con las crines doradas, reflejos de fulgores sobre la azulejería secular de la Capillita del Carmen.
Hay mucho más ¡oh Triana! Porque llegará la noche, despertará la luna y rutilantes las estrellas, de nuevo le guiñarán a los lunares de fino junco. Los cantes ecualizarán con sus cadencias el ambiente allá por el Zurraque, trayendo su aire para fundirse y confundirse con sus hermanos de las cavas en el hirviente crisol de otra clase de fragua, corazón de tierra noble por cuyas venas, remozado manantial, correrá la gracia para de nuevo desparramarse sobre las fértiles y morenas carnes de tu inigualable naturaleza.
Ahora ya está la luna muy alta, muy arriba... ¡Shisss, silencio! Ahora el Corral duerme entre los brazos de su río, solo, como isla perdida en el tiempo pero, que una vez más será encontrada únicamente por su gente... ¡Shisss, silencio! que nadie lo despierte, al menos hasta mañana, hasta esa mañana a lomos de cuyo amanecer llegará el gorjeo de sus gorriones, que se mezclará con la temprana protesta de la corralera de siempre, cuando los ve comenzando un bullicioso y anárquico jugueteo entre clavellinas y geranios.
¡Ojalá! ese amanecer llegue trayendo a empujones la mañana, nuestra mañana y con ella una nueva manera de ser, una nueva manera de sentir y de comportamiento en los órdenes, la nueva y esperada configuración que seguirá curtiendo el perfil auténtico de aquellos que nacieron de ti, que viven en ti y además lo hacen por ti y para ti.
¿Dónde están tus Carmen? Aquellas de inmaculado delantal, de críos a horcajadas sobre la hermosa redondez de sus cinturas; las del largo y negro pelo, tan lleno de azabache como la noche que vivieran tus hombres al calor amargo de sus desdichas; las del moño terso como su hambre pero, bellamente adornado con la exuberancia de una moña de jazmines.
¿Dónde aquellas tus noches bajo el titilar alegre de tu tipismo? La de las manos asidas a un botijo “Justino o Rufino” del que tal vez se derramara todo un caudal de refrescantes sonrisas a la sombra luminosa de una embriagadora Soleá; Soleá que, quién sabe si fue aquella que se cambió de vestido, para desde entonces asistir al triste y esperado momento de un aviso deshumanizado en el atardecer de cualquiera de nuestros días, ante lo aprensivo de una inseguridad manifiesta.
¡Ay, mí adorada Triana! qué solas se quedan tus aceras, en esas horas en las que antaño tus gentes caminaban hacia aquellos cines de verano, y en cambio, ahora, lo hacen buscando el refugio de los nuevos y extraños hogares para esperar en ellos un nostálgico y lento despertar de otras lunas… ¿Dónde aquel pasear sublime? Aquel tan lleno de encantos, y del sortilegio embriagador de los nardos curiosos entre las barandas de tus azoteas, como cautivos de una zapata de ondinas, reflejos de la cal, y el viejo cobre en el vidriado espejo de tu río, entonces ausencia de miedos y recelos. A veces me pregunto, si todo fue debido al sopor o la algarabía de una tarde inmensa del inmenso Julio…
¡Oh Triana, mi Triana! Mi amor por ti hace posible la hermosa visión. Te veo, como en épocas pasadas; henchida por la luz, el color y el gozo; la alegría de los albures saltando sobre el hechizo de tu sentimiento; el alborozo de tus gentes aliviada por unos nuevos aires, ante el sofoco propio del estío; el regocijo de tus chiquillos viviendo la antigua travesura de la subida furtiva en aquellas traseras de los coches de caballos, cuyo tintineo cascabelero estoy seguro se volverá a sentir por el paso gracioso del sueño de una siesta, un hermoso corcel con las crines doradas, reflejos de fulgores sobre la azulejería secular de la Capillita del Carmen.
Hay mucho más ¡oh Triana! Porque llegará la noche, despertará la luna y rutilantes las estrellas, de nuevo le guiñarán a los lunares de fino junco. Los cantes ecualizarán con sus cadencias el ambiente allá por el Zurraque, trayendo su aire para fundirse y confundirse con sus hermanos de las cavas en el hirviente crisol de otra clase de fragua, corazón de tierra noble por cuyas venas, remozado manantial, correrá la gracia para de nuevo desparramarse sobre las fértiles y morenas carnes de tu inigualable naturaleza.
Ahora ya está la luna muy alta, muy arriba... ¡Shisss, silencio! Ahora el Corral duerme entre los brazos de su río, solo, como isla perdida en el tiempo pero, que una vez más será encontrada únicamente por su gente... ¡Shisss, silencio! que nadie lo despierte, al menos hasta mañana, hasta esa mañana a lomos de cuyo amanecer llegará el gorjeo de sus gorriones, que se mezclará con la temprana protesta de la corralera de siempre, cuando los ve comenzando un bullicioso y anárquico jugueteo entre clavellinas y geranios.
¡Ojalá! ese amanecer llegue trayendo a empujones la mañana, nuestra mañana y con ella una nueva manera de ser, una nueva manera de sentir y de comportamiento en los órdenes, la nueva y esperada configuración que seguirá curtiendo el perfil auténtico de aquellos que nacieron de ti, que viven en ti y además lo hacen por ti y para ti.