Concha Mingorance, la autora. |
SUEÑO
******
Empezaba
a refrescar, el airecillo de las mareas acariciaba los campos sufrientes del
calor del estío. A esa hora Mercedes salía al patio de la casa, a esa hora,
bajo la parra, se sentaba en su silla de anea, cogía la labor de repaso o
remiendo que sus hijas le preparaban
Ya
sus dedos deformados por la artrosis carecían de la sensibilidad para acometer
otro tipo más delicado de labores. Aquellos bordados, aquellos encajes que
antaño dominaba se habían quedado encerrados en su costurero.
Para
ella, esa hora, esa paz, solo roto por
la música muy bajita que emitiera la radio,
ese silencio, le transmitían sosiego.
Sobre
sus rodillas puso el paño blanco para proteger la labor del roce con su negra
vestimenta.
La
música suave la envolvía, todo le gustaba, clásica, flamenco, copla, moderno
sin estridencias…
En esos momentos Estrellita Castro cantaba "El
día que nací yo," Mercedes bajito también la canturreaba y le daba sentido a la
letra.
Por un instante dejó la labor sobre sus
rodillas, cerró los ojos y una dulce somnolencia se fue apoderando de ella y se
dejó llevar.
De pronto se oyeron voces que se acercaban por
la puerta trasera de la casa, eran voces jóvenes y venía riendo y cantando
Entraron en el patio y empezaron a acomodarse
haciendo un corro. Les rebozaba la alegría y la juventud
Un chaval sacó la guitarra y con voz bien
timbrada entonó unos fandangos de Huelva. Las palmas le acompañaban, pasaron a
las bulerías, las alegrías…Las chicas se turnaban y salían a bailar moviendo
sus brazos, sus caderas, contoneando el cuerpo, poniendo en cada paso de baile
la sensualidad que el flamenco lleva impregnado.
Una morena de ojos almendrados, de pelo negro
como la endrina salió a bailar, Sus brazos se alzaban al cielo como palomas, sus
manos jugaban con el aire enroscándose con la cadencia del baile, sus ojos
desprendían chispas que embrujaban
Manuel, uno de los chavales sintió que
aquellos ojos le estaban embrujando, que aquel pelo negro le estaba atando y
sintió deseos de ser rodeado por aquellos brazos. Sus miradas se cruzaron y
ninguno de los dos podía ni quería romper la magia del momento
Poco a poco el grupo se fue deshaciendo y alejando dejando solos a
Manuel y Mercedes, que allí en aquel patio, bajo la parra unieron sus
manos, en un deseo de darse y ser solo uno. Allí bajo esa parra empezaron a
crear una historia, un camino a recorrer juntos…
Mercedes despertó sobresaltada, ¿había sido
real ¿ había sido un sueño ¿…
Si, efectivamente fue un sueño, un sueño que
le trajo al presente como, cuando y donde conoció a Manuel, su compañero, el
amor de su vida...
Concha Mingorance.
Querida Concha, mientras tengas sensibilidad, imaginación y grandeza de sentimientos, con una pluma y un tintero, nos mostrarás tu exquisita prosa ¡La más bella del mundo entero!
¡Gracias!