RECUERDOS
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* Los recuerdos son grandes maestros, nos evitan equivocaciones y nos permiten volver a disfrutar de vivencias estupendas con solo evocarlos.
*Nací en la calle Feria del sevillanísimo barrio de La Macarena...hace...bueno, todo ese tiempo, por consiguiente, tengo "taítantos" años, naturalmente.
*Hay algo curioso en mí, siempre he sido la pequeña, como hermana, de mis primos, cuñadas, amistades y hasta en la clase del "cole". La verdad es que me gustaba estar entre mayores.
*Tuve una buena infancia, gocé del gran cariño de mi familia. Granjeé magnificas amistades que aún mantengo y pido a Dios que me las conserve a mi lado por el resto de mis días.
Me eduqué en el colegio de Las Carmelitas, mi hermano y yo allí hicimos la Primera Comunión, pareciamos unos novios en pequeñito.
Nuestra vivienda tenía una enorme azotea, con sitios donde jugar al escondite, muchas macetas con diversidad de flores y macetones con arbustos, grandes tejados, fue el escenario de nuestros juegos y aventuras. Recuerdo que nos reuniamos en el lugar Reyes Ramírez, (vecinita), mi hermano, Jesús de la Rosa, vocalista del conjunto "Triana", que era el menor de nueve hermanos, y desde muy jovencito ya destacaba, a veces, su hermano Paco, también. Ellos vivian en el nº 183, nosotros al lado. En su patio, que era muy grande, hacían unas preciosas Cruces de Mayo. ¡Cuanta solidaridad y buena convivencia se respiraba en aquella casa! Con el calor del verano, algunos vecinos sacaban sillas y charlaban "arreglando el mundo", mientras los chiquillos, correteaban alegres por la amplia acera, hasta tarde. Esa saludable costumbre, también se perdió hace mucho tiempo.
Competíamos a ver quien lograba subir el primero al tejado. Creo que teníamos ganados a todos los Santos de la Corte Celestial, ya que un verdadero milagro debió ser que no nos partiéramos los huesos en más de una ocasión. Nos contábamos las cosillas del "cole", chistes, y planificábamos cómo hacernos millonarios el "día de mañana" y repartir la fortuna con la familia, por supuesto, y los pobres, naturalmente.
Los veranos y siempre que podíamos ibamos a Cádiz, (mi segunda patria chica). nos encantaba la playa de La Caleta, en el corazón del barrio más chirigotero de la Tacita de Plata.
Ya de chavalita frecuentaba más la playa de la Victoria, con la pandilla ¡Qué tiempos aquellos! Eramos una piña entre nosotros. Con los Ramos, García Agulló y demás. Con casi nada, lo pasábamos estupendamente. En la Plaza de España, Alameda de Apodaca, centro de la ciudad, y por supuesto, especialmente en la Plaza de Minas y Punta de S. Felipe. ¡Es una ciudad que te atrapa para siempre.
Me gustaba tener también mi "parcela" cuando era una chavalita de largas trenzas, correteaba siempre descalza con el buen tiempo, tostada por el sol en la granja de mis abuelos que frecuentaba siempre que podía, donde abundaban animales domésticos y florecillas silvestres. Tenía un lugar preferido, (mi rincón le llamaba). Aquellos fueron tiempos muy buenos, sin complicaciones, y fundamentales para mi formación. En un lado de la granja reservé un sitio, ese era sagrado para mí.
El abuelo tenía abundantes "materiales" aprovechables, así que me hice una "mesita", "biblioteca" en la que deposité diversos libros y tebeos, una libreta y un lápiz y una vieja sillita de mi hermano, pero que aún valía, el transistor y una caja para guardar cosas, elaboré cositas muy apañadas.
Un sauco cuyas ramas caían como los chorros de una gran fuente verde, tenía como pared, al igual que el "tejado" de mi morada, formando algo parecido a una bonita celosía de hojas, que con el viento sonaba toda la naturaleza.
Mi jardín era el limonar, al otro lado podía ver "mí" río y más allá la vieja colina de imagen serena y hermosa donde revoloteaban frecuentemente bandadas de pajarillos. En primavera, margaritas y violetas saludaban a lo largo de los zócalos de mi rincón, en verano tardío, los plumeros de las varas de S. José.
Yo estaba "filosafando" tendida bajo el sauco. Reparé en un jilguero que había venido a picotear frutas. Nos miramos a los ojos., repentinamente "sentía" la dulzura de la pulpa. No sé cómo describirlo, pero percibí que nos "entendiamos" muy bien.
Sentí que todo el medio me pertenecía, me hallaba en mi elemento, con toda la Naturaleza, y, pese a mi corta edad, advertí que era un estado dulce, infinitamente deseable. Me embargó la sensación de que todo obedecía a un orden misterioso del que yo formaba parte.
Jamás olvidaré el aroma de casa, cuando desde mi cuarto, aplastaba mis narices contra el cristal de la ventana, bañado por la lluvia, dejando que sólo me arrancara de allí el olor de lo que mi madre hacía en la cocina.
Ahora, muchos años después, hablo a solas a menudo, al despertar por la mañana, un "presente" me digo en respuesta de mis vivencias intensas que me dejaron profunda huella.