jueves, 20 de enero de 2011

REFLEXIONES RECOPILADAS













"LOS APEGOS Y LOS DESPRENDIMIENTOS"








Estas son dos verdades que todos necesitamos:




El arte de vivir, consiste, creo, en saber cuándo debemos aferrarnos a lo que amamos, y cuándo reparamos en ello. La vida es una paradoja, solemos decir con frecuencia; nos exije que nos apegemos a sus múltiples dones, pero más temprano o más tarde nos fuerza a abandonarlos.




Leí hace tiempo, que antiguamente, los rabinos expresaban este principio así: "El hombre llega al mundo con el puño cerrado, pero, al morir, su mano está abierta"




Ciertamente, debemos aferrarnos a la vida, porque es maravillosa, de una belleza que rezuma por todos los poros de la Tierra que Dios creó. Eso lo sabemos todos, pero, a veces, solemos reconocerlo sólo cuando volvemos la vista atrás para recordar algo que fue, y entonces advertir, de repente, que ya no existe.




Recordamos una belleza que se marchitó, o un amor que murió. Y creo que lo que más nos duele es que no vimos esa belleza cuando florecía, y no respondimos con amor al amor que un día se nos ofrecía. Pienso que cada amanecer es motivo de devoción, y cada hora es digna de nuestra total entrega; hay que atesorar un minuto trás otro.




Aferrémosno a la vida, pero no temiendo tanto a la muerte, a ella, simplemente se la espera...Esta es es la otra cara de la moneda, la antitesis de la máxima anterior: debemos aceptar nuestras derrotas, y aprender a renunciar a la cosas.




Estimamos que asimilar esta lección no es fácil, y mucho menos cuando somos jóvenes y creemos que el mundo es nuestro, que nos corresponde dominarlo, que cuanto deseamos apasionadamente puede pertenecernos...¡Y en parte nos pertenecerá! Sin embargo, la vida, siempre inexorable, nos confronta con la realidad, y lenta, pero irremediablemente, se nos va revelando esta otra verdad.




En cada etapa de la existencia sufrimos reveses...y así vamos madurando. No comenzamos nuestra vida independiente sino hasta que salimos del seno materno, y por lo tanto abandonamos aquel abrigo. Pasamos por unas aventuras-descubrimientos infantiles, por unas series de escuelas; luego, dejamos a nuestros padres y nos alejamos del hogar de nuestra niñez. Nos casamos, por lo general, solemos tener hijos y, al cabo, debemos dejarlos partir. Afrontamos la muerte de nuestros padres, a veces, la del cónyuge, y la decadencia más o menos gradual de nuestras fuerzas y vigor. Finalmente, como lo sugiere el símil de la mano cerrada y abierta, tenemos que aceptar nuestra inavitable partida, y la extinción de todo lo que somos, fuimos o soñamos ser.




Pero, ¿por qué debemos conformarnos con las contradictorias exigencias de la vida? ¿Para qué crear cosas bellas, si la belleza es efímera? ¿Para qué entregar nuestro amante corazón, si al fin nos separamos de quienes amamos? Para intentar resolver esta paradoja, medito, debemos buscar una perspectiva más amplia, y contemplar la vida a través de ventanas abiertas a la eternidad. En cuanto logremos esto comprenderemos que, aunque nuestra existencia tiene un fin, muchas otras obras en la tierra tejen una trama eterna. La vida no consiste en ser, simplemente; es un devenir, un flujo incesante. Nuestros padres siguen viviendo a través de nosotros, y nosotros nos perpetuamos en nuestros hijos. Las instituciones que fundamos perdurarán, y sobrevivimos con ellas. La belleza y lo positivo que creamos no mengua con nuestra muerte.




La carne sí sufre estragos, y aunque las manos se marchitan, lo bueno, lo bello, la valía y lo verdadero que han creado permanece pòr siempre, sienviéndonos de ejemplo, estímulo y motivación.




Resulta un desperdicio vivir acumulando objetos que se habrán de convertir en cenizas. No persigamos tanto lo material, sino lo ideal y noble, porque únicamente los ideales le confieren significado a la existencia y tienen un valor perdurable.




Veamos, con amor, una casa es un verdadero hogar. El respeto y rectitud convierte a una ciudad en aunténtica comunidad, estable. Infundamos verdad y ética a un montón de ladrillos, y tenemos una escuela. Gracias a la religión, el más humilde de los edificios puede ser un santuario. dejemos que la verdadera Justicia impregne la amplia esfera del quehacer humano, y tendremos la civilización. Reunamos todas estas cosas, exaltémoslas por encima de sus imperfecciones, (todos puede ser mejorable), actuales, contemplémoslas según la visión de la Humanidad redimida, libre de tantas carencias y luchas destructuvas, y nuestro futuro se iluminará con los radiantes colores verdes de la ESPERANZA.




-Es como en el comienzo del escrito: el amanecer, la travesía y el crespúsculo del ser humano.