ADIÓS, QUERIDA ABUELA
Ella tenía siempre una escoba, una olla, un estropajo o un cucharón en la mano. Se la veía, por la mañana, preparando la masa para el bizcocho tarareando una copla, para la merienda de los nietos.
Se deslizaba por los pasillos de la casona, revisando, encontrando, poniendo orden. Hacía de cada ventana un espejo con el que atrapar el sol. Reecorría el jardín, con la azada en la mano, al terminar, la rosa más bonita era para la fotografía de su difunto esposo, todos los días.
¿Y ahora?
"Abuela", decían todos.
Ahora era como una complicada y larga suma aritmética que estuviera llegando a su fin. Había rellenado pavos, pollos, cojines, Había lavado techos, niños. También alfombrado suelos, arreglado bicicletas, cremalleras, dado cuerda a diario a los relojes y encendido chimeneas. Sus manos iban y venían de un sitio a otro. Acostaba a nietos que se habían quedado dormiditos en cualquier sitio. Recordaba treita mil cosas empezadas, realizadas y supervisadas las sumó todas y el cero final se meció en su última linea. Con la tiza en la mano, dió un paso atrás para contemplar su vida, permaneció en silencio durante un rato antes de coger el borrador.
"Vamos"- dijo ella- "Vamos a ver".
Tranquilamente, sin llamar la atención, recorrió el hogar haciendo inventario, llegó hasta las escaleras que conducían a su dormitorio, subió los peldaños y, en silencio se introdujo entre las frescas sábanas y empezó a morir.
Se oyeron voces, Los familiares rodeaban la cama.
"No estad tristes, me llegó mi hora. Pronto me reuniré con el abuelo".
Su enfermedad no se detectaba en ningún microscopio. Era un benigno caso de agotamiento, que se agrababa por momentos, un peso excesivo para su cuerpecillo de gorrión. Estaba muy cansada y echaba de menos demasiado a su marido.
"Abuela, no pasaremos sin tí, te queremos, además la casa se vendrá abajo".
La abuela abrió un ojo. Noventa años miraban con serenidad al médico. Parecía un fantasmita, oteando desde la cúpula de una casa que se estaba quedando vacia.
"¿Tomás?"
Trajeron al niño a la cama, de la que salían leves murmullos.
"Tomás",- dijo ella débilmente, con una voz que parecía lejana, "En los mares del Sur, hay un día en la vida de los hombres en el que saben que ha llegado el momento de estrechar la mano a los amigos, decirles adiós y levar anclas. es algo natural. Ha llegado al término de su destino. Eso es lo que ocurre hoy. Tomás, me sucede lo que algunas veces te pasa a tí mismo: los sábados, por la noche, tu padre te sacaba del cine y te traía a casa para acostarte. Niño, cuando llega el momento en que los mismos vaqueros están peleando con los mismos indios en la cima de la montaña, es mejor levantarse y marcharse, sin remordimientos, sin volver la vista atrás. Yo me voy después de culminar mi terea en la vida."
"Abuelita, quién arreglará el tejado en primavera?"
Todos los abriles, creíamos oír a los pájaros carpinteros golpeando el tejado. ¡Era la abuela clavando clavos y reemplazando tejas mientras cantaba cerca del cielo!
"Manuel",- murmuró,- "no permitas que nadie arregle el tejado a menos que le divierta. En la próxima, mira a tu alrrededor, y dí: ¿"Quién quiere reparar las tejas?" La cara que se ilumine es la persona que necesitas. ¡Allá arriba, se contempla cómo todo el pueblo se va acercando al campo y el río brilla!" Su voz se hizo más débil.
Manuel lloraba.
La abuela alzó la voz: "¿Por qué lloras?"
"Por que mañana no estarás con nosotros".
"En realidad, no me estoy muriendo. Ninguna persona que tiene una familia muere jamás. Yo permaneceré dando vueltas entre vosotros, notaréis mi espíritu, siempre. Dentro de mucho tiempo, habrá un pueblo entero de descendientes míos, comiendo manzanas a la sombra del olivo que plantó el abuelo. ¡Esta es mi respuesta a cualquiera que me pregunte cosas complicadas! Ahora, haz venir al resto de la familia!".
"Bueno, como nunca fui modesta, me alegra veros a todos alrededor de mi cama. Me siento orgullosa de la "obra" que comenzamos el abuelo y yo. Procuramos formar en valores a los hijos, daros una buena educación, ayudar siempre con interés familiar. después. viuda, no quise soltar el timón de la casa, así teniamos más tiempo y permanecía activa. Mi corazón está lleno de amor a vosotros.
No olvidéis que la semana que viene hay que limpiar el jardín, arreglar los roperos, comprar ropas para los niños. Y como esta parte mía que por conveniencia llamamos abuela no estará aquí para ayudar, mis otras partes, que son el tío, los hijos y los nietos, tendrán que tomar el mando".
"Sí, abuela".
"No quiero que nadie diga especialmente nada agradable sobre mí. Ya lo dije yo todo a su tiempo. He probado todos los sabores y he bailado todas las danzas. Sólo hay un manjar que no he comido y una canción que no he silvado. No tengo miedo; estoy solamente curiosa. Aceptadlo como ley de vida, no os preocupéis. Voy a avisar al abuelo. Marchad todos ya y dejadme conciliar el sueño".
Ya sola, se arropó. Los colores de la colcha brillaban. "Hace mucho tiempo, pensó, tuve un sueño. Lo estaba pasando estupendamente cuando me despertaron. Fue el día en que nací. Y ahora, vamos a ver...Volvió la vista atrás. ¿Dónde estaba? Han pasado noventa años... No era fácil encontrar el hilo conductor del sueño perdido. Pero extendió su mano. Allí estaba...
Sonrió. volvió la cabeza sobre la almohada. Así estaba mejor. Su sueño fue formándose lentamente en su mente, con la serenidad del mar acariciando una infinita y refrescante playa. Dejó que el viejo sueño, al acercarse, la elevara sobre la nieve y la hiciera flotar a la deriva sobre la cama que ya casi no recordaba.
Abajo, pensó están sacando brillo a la plata, ordenando el sótano y limpiando el polvo. Les creía oír, viviendo en toda la casa.
"Perfecto", -susurró-la abuela, mientras el sueño la hacía flotar.
"Funcionará, como toda la vida".
Y el mar se la llevó hacía atrás por la playa.