Las vacaciones son buenas para leer libros, entre otras cosas, a veces, me piden los libros prestados con frecuencia porque ellos saben que los tengo, claro, no pueden saber lo que yo siento al prestar un libro. No comprender que pienso que les ofrezco afecto, verdad, belleza, sabiduría, amistad sincera, ayuda para ampliar sus horizontes y consuelo para contra los malos momentos. Ni tan siquiera sospechan que yo, al prestar un libro, siento lo mismo que un padre al ver a una hija vivir, (o una madre), con un hombre sin estar casada, o ser una pareja de hecho formal. Y no digo que no hay placer en prestar o que me moleste hacerlo o acaso no me guste compartir, ¡Nada de eso!
Todo ser humano, creo, tiene un poco de evangelista, y cuando un libro me conmueve, quisiera prestárselo a todo el mundo.
Desde el momento en que presto un libro, empiezo a echarlo de menos. De la misma manera , cada libro ausente altera los que se quedan en mis estantes . La naturaleza de mi biblioteca, su delicadeza, su configuración, queda casi arruinada. Mi mente va al hueco de ella del mismo modo en que la lengua se le mete a una entre los dientes. Mi seguridad se quebranta, mi equilibrio vacila... hasta que me lo devuelven, me siento como una madre que espera en la madrugada el regreso de su hijo/a adolescente que ha ido a una fiesta.
La parte más peligrosa de prestar libros es indudablemente la devolución. En tales momentos, la amistad pende de un hilo, (si es resistente, te lo vuelven a traer), Busco éxtasis, emoción, impresión, moraleja; pero, con frecuencia, por lo general, sólo hay un "me gustó mucho, Mari Carmen", como si los libros fueran sólo para eso, ea.
Mari Carmen