lunes, 28 de enero de 2013

LA SEVILLA QUE SE NOS FUE: EL PREGONERO, VI



También había un viejecito en el mercadillo de la Alfafa que vendía ranas a los médicos y boticarios, (farmacéuticos), para la "prueba de Galli" del embarazo que acababa de inventarse allá por los cincuenta. Se llamaba Baldomero Sánchez Regalado, muy popular por entonces.

También acudían a los corrales de vencidad, y a los numerosos talleres de modistas, una curiosa pareja de dos mariquitas que vendían perfumes. Ellos tenían un instinto femenino muy especial, eran muy sociables y graciosillos. Les gustaban hacer faenas de "cuerpo de casa", blanquear, e incluso lavar la ropa a domicilio. Pero su "fuerte" eran las ventas de cosas femeninas, lo que les hacía sentirse en medio de mujeres como una de ellas. Estaba "La Nardo" y Curro, que llevaban un maletín especial para que cupieran las botellas de perfume puestas de pie. Solían ir una vez por semana a la calle Marqués de la Mina, donde había un taller de dos hermanas costureras con varias aprendizas jóvenes. Curro, sacaba del maletín con mucho mimo y una probeta alta y de cristal, con su escalilla graduada, pero él no entendía por tales centílitros, sino de esta forma:

-Hasta esta rayita son dos pesetas
hasta esta otra un duro, niña...

Al llegar al patio, La Nardo voceaba:

Niñaaaaaa, que está aquí La Nardoooooooo.

Y salían las mujeres en alegre y ruidosa bandada, cada una con su frasquito a comprar Agua de Colonia de Jazmín, o de Nardo. También llevaban perfumes más selectos, como de Myrurgia: Embrujo de Sevilla o Maderas de Oriente, que vendían al menudeo. Algunas vecinas le pedían:

-Miarma, hazme un rebujito decente.

Entonces el Curro o La Nardo hacía una mezcla, como los antiguos alquimistas, echando un chorrito de cada clase. Las distintas mezclas tenían nombres propios, popularizados por ellos mismos:

-Toma, Josefita, tu perfume de Macarena.
Este, es de Triana, Antonia, el que te gusta.

Así se le daban "postín" a la mezcla de perfumes por aquellos tiempos.

Otro pregón que se hizo famoso fue el del viejecito que llebaba un borriquillo tan viejo como él, con dos serones una "jartá" de sucios de tierra y que decía:

La popular moña de jazmín.
          -Matiiiiiiiiiillo
pá la masetaaaaaa...


En la Plaza Nueva y por los barrios se veían al atadercer en los días de verano a chiquillos y abuelas con una bandeja de hojalata vender las inolvidables moñas de jazmines, así como al tío de la alhucema en invierno. Esta alhucema y romero eran plantas olorosas, muy de moda entonces, que  las mujeres compreban para echar un puñadito en la "copa", (brasero, sobre los picones encendidos), para que al quemarse despidiera un agradable humo aromático por las habitaciones, vamos el "ambientador" de la época. El romero, mi abuela lo usaba para guardar las ropas limpias en el ropero.
Vendedor de Cupones.
El billete es de la época, no el resto.

Aunque en los años treinta los ciegos pedían limosnas, o cantaban romances por las calles y plazas, en 1940, se creó la Organización Nacional de Ciegos, y tuvo el privilegio de que se hiciera diariamente la única rifa legal autorizada en España, como también el mismo Gobierno había prohíbido las Casas De Juego, y las rifas callejeras, los ciegos se encontraron dueños de un saneado y aceptable medio de vida.

La Lotería, que no era compentencia porque un décimo valía quince pesetas, mientras que el cupón de los ciegos costaba sólo una peseta, y era la Lotería de los pobres. El vendedor, pasaba por calle Sierpes, Mercados de Abastos, (la plaza), Estaciones de ferrocariles y paseos:

-Vaya, los millones, 
quién quiere los millones?
del Gato Negro, pá mañana...

No faltaba el guasón que contestaba: -Kiyo, yo mismo, ea. Sin olvidar a la mujer que vendía los décimos de otra administración:

Loteras
-Que son pá mañana,
de la calle Sagasta, 
el último que me quedaaaa.

En los años 70, apareció por la calle Sierpes un hombre menudito, de mediana edad, con gabardina y boina, que llevando una caja de cartón en las manos, fingía que dentro había unos pollitos, y otras veces unos gatitos recién nacidos. La imitación    era tan lograda que llamaba la atención de los viandantes,  la gente se paraba convencidas de que en efecto, los llevaba allí. Fingía venderlos, y recibía a cambio algunas monedas de los transeuntes que se detenían a escucharle. Era, sobre todo, un atractivo para la infancia enorme. Le conocíamos por el apelativo de El Ranito, cuando murió dejó sin  fantasía a la calle Sierpes, aquel entrañable personaje tan popular de "pollitos" y "gatitos" .


Continuará... 


"Se llevaron los tiempos
los bandos y los pregones
como se llevaron, niña
la flor de mis ilusiones"...


José Luis Tirado
¡Trianero!