lunes, 31 de diciembre de 2012

RECUPERANDO LA MEMORIA DE SEVILLA: CONFITERÍA LA CAMPANA * IV

La confitería, haciendo esquina con Sierpes
Obra de arte: un pasito de repostería, con sus nazarenos










LA CAMPANA: MÁS DE UN SIGLO ENDULZANDO LA VIDA Y EL PALADAR DE LOS SEVILLANOS...

Decir, en Sevilla, La Campana, es despertar en el paladar un sabor de dulces y café que ya forma parte del mosaico sensitivo en el que se configuraba la forma de la ciudad. Durante más de un siglo, de, su obrador ha salido una confitería muy selecta hasta el punto de convertirse en sinónimo de calidad. Es una isla de esmero y exquisitez en medio de tanta dictadura industrial que padecemos. Verán, todo se remonta a noviembre de 1885, cuando desde Filipinas retorna a montar la herencia artesanal de los árabes y cultivarla en una casa del siglo XVIII que proveería a los mismos Reyes de España.

Siempre América, entrelazada con el destino de los españoles que levantaron de la nada grandes y prestigiosos negocios en Sevilla. Antonio Hernández Merino había dejado tras de sí un puñado de casas de postín en el centro de Manila cuando decidió comprar un edificio cuya escritura de construcción data de 1734, y que albergó desde entonces una confitería que tomó el nombre de la plaza a la que hacía esquina. De Filipinas se trajo como esposa a una nativa hija de españoles. Todavía en la II Guerra Mundial existían en la zona de las calles Echagüe y China de Manila, las posesiones que habían sido del fundador de La Campana, cuya efigie luce hoy, en el despacho del establecimiento. La proliferación de herederos dispersó aquel legado por cuya destruccuón el Gobierno de Estados Unidos hizo efectiva una indemnización que era como el acta de defunción del imperio decimonónico creado por este confitero en las últimas colonias españolas.
 


Varios años después de cumplir su centenario, La Campana llevó a cabo la reforma que le devolvió su prestancia de 1922, año en que está fechada la bellísima azulejería trianera, de los prestigiosos ceramistas: Manuel Ramos Rejano y Enrique Orce Mármol que sigue decorando el local. Aprovechando la obra-que puso en ascuas a muchos amantes de lo nuestro-se hicieron moldes de los fragmentos de frisos con motivos mitológicos que adornaban parte de los techos, así como de los capiteles y canecillos. Los propietarios, y al frente de ellos Carlos Hernández Requejo y José Antonio Hernández Tierno, ambos nietos del fundador, no repararon en gastos a la hora de recuperar el añejo esplendor de la casa, y así encargaron por ejemplo el hermoso y bellísimo escaparate de caoba que hace las delicias-también por su rico contenido-de los golosos más redomados.

 En La Campana nos queda uno de los decorados más dignos y clásico de la Sevilla de la Restauración -tardía, como siempre en incorporar movimientos estéticos-lo demuestra el hecho de que allí se rodara una escena de la versión muda de "Currito de la Cruz", porque en la novela el protagonista prometía que si triunfara en La Maestranza invitaría en La Campana, ejemplo de exquisitez y lujo en su género.

Durante una larga temporada, se hicieron famosos unas especialidades de La Campana que todavía se pueden ver en un catálogo en sepia que  conservan los propietarios, y que llevaban por nombre "platos completos". No crean que tienen nada que ver con lo que hoy nos sirven para comer rápidamente. Es todo lo contrario, ya difícilmente se puede imaginar un alimento más superfluo y rebuscado en aparaciencia que aquellos trabajos de enorme tamaño, en que se reproducían fuentes imaginarias de varias tazas rellenas de galguerías, o monumentos al santo de cuya festividad se tratase, o hasta un magnifico Puente de Triana-uno de los símbolos de Sevilla-, con la Capillita del Carmen incluida, que fue premiado muy merecidamente en el concurso de escaparate de 1907. Los ramilletes de crocanti, fruta escarchada y figuras de chocolates eran los materiales básicos de estas obras ideadas para echar muchas horas en su degustación e impresionar a las amistades.

Lo que Carlos Hernández define como estilo árabe a sido, como todo, el litmotiv de la historia de La Campana. Alfajores, pestiños, y yemas sevillanas parecidas a las de S. Leandro, torrijas, todo ello conforme a fórmulas propias y secretas procedente del fundador, engrosan esta nómina de productos que hacen las delicias de quienes buscan la pureza en la elaboración de la repostería: -"Se sigue utilizando la materia básica natural-dice Carlos Hernández-; los helados son de yema, azúcar y leche. Tal vez por eso La Campana es prácticamente el último lugar de Sevilla donde se puede consumir nata con la garantía de que es lo que es. 

El secreto de la continuidad-indica el nieto del fundador-está en la afición. A mí me han venido a echar los tejos bancos a mansalvas, pero no trago. Tengo setenta empleados..." Hoy La Campana sirve multitud de banquetes y meriendas a domicilio, pero antes se limitaba a servir la producción de su obrador y atender el salón anejo, situado en la segunda casa contigua y donde, sobre todo, se tomaba heladería.

Aunque desde hace mucho se utiliza como obrador un edificio cercano, en tiempos legendarios, los pasteles se hacían en la tercera planta de la casa. En la primera vivía la familia, y en la segunda las dependencias de los internos, pues un establecimiento de esta antigüedad no podía faltar la tradicional plantilla de aprendices que se formaba al calor de la escuela constituida por el veterano propietario, hasta que decidían dar el salto  y establecerse por sí mismos con los ahorros de la cuenta donde se depositaba su sueldo, generalmente al tiempo de casarse.


Hasta la proclamación de la II República, La Campana era el proveedor oficial de la Casa Real española, y no era raro ver a S.M Alfonso XIII entrar en el local durante sus visitas de primavera. Pero por allí han desfilado también figuras como Lola Flores, El Caracol, que cantaba saetas al Crito de Los Gitanos, "er Manué", desde su balcón, y muchísimos personajes célebres más.

Interior de la célebre confitería 
Carlos Hernández Nalda, padre de Carlos Hernández Requejo era además Hermano Mayor de Montensión, y su hermano José fue de la Soledad de San Buenaventura, lo que motivó la costumbre mantenida durante muchos años de ofrecer torrijas  a los costaleros cuando los pasos enfilaban la calle Sierpes. -"Se metían por el costado llenos con un paño húmedo, y salían por detrás vacíos"-comentan los propietarios, al tiempo que recuerdan cómo para las cuadrillas era un aliciente llegar a La Campana por este motivo. En el caso de la Soledad, esta obra piadosa, que arranca de los años treinta, se sigue manteniendo, sin que se rompa la compostura. La viuda de José Hernández Nalda y un hijo de ambos siguen con esta espléndida casa que es una de las pocas contenidas en Arquitectura Civil Sevillana que sigue en pie, (los amantes de lo meritorio que tiene Sevilla lo agradecemos infinito), y a la sensibilidad y al valor con que los propietarios han defendido el patrimonio, -ojalá algunos de sus miembros perteneciera al Ayuntamiento-, se protegería y embellecería lo que nos queda-. Desde la esperanza, esperamos que así ocurra algún día.


Entre bastidores, un grupo de sevillanos, velan porque se conserve la solera de este entrañable rincón de Sevilla que sigue deslumbrando a los sevillanos y turistas con olfato y sensibilidad.
Que sea por muchísimas generaciones más.

A su lado estuvo ubicado el famoso Café Cantante "Novedades", templo del arte flamenco, por el que desfilaron los más célebres cantaores/as, bailaores, guitarristas, etc. Actuar en él, significaba la consagración para los artistas.

Son parte de la Sevilla que se nos fue y tratamos de recuperar su memoria... 

           


Y dice el sabio proverbio..."La mejor solución de librarse de una tentación es caer en ella".

                                                                          
 
NOta:

Un amable seguidor ha tenido la gentiliza de aportarnos un valioso dato histórico y a la vez curioso de esta prestigiosa confitería sevillana:es ésta...

"Resulta que donde está ubicada hoy día el obrador, fue un antiguo convento en su sótano, hoy bodega. Aún puede verse la forma de los nichos donde enterraban a las monjas"...

(Desconozco el nombre de éste seguidor), pero se lo agradezco mucho).

viernes, 28 de diciembre de 2012

RECUPERANDO LA MEMORIA DE SEVILLA CASA MARCIANO * III

Casa Marcino, años 60.


La prensa sevillana se hizo eco del enorme jamón de esta cochina, espectácular.






Cuando se entraba en Casa Marciano, nos envolvían los deliciosos aromas serranos, una ristra de exquisitos frutos de la matanza que se conservan en los secaderos interiores de este castillo del comestible, como si de los soberanos tartésicos se tratara. No en vano, Marciano creó este templo de manjares y sostuvo una casa en su aldea natal, Aguafrías, junto a Almonaster, con el objetivo de traer a la capital chacinas y embutidos insuperables.

Lo cierto es que cuando Marciano Díaz Vázquez se vino desde su serrano lugar para abrir  negocio de comestibles en la calle Lineros 6, donde hasta entonces -1928-había estado La casa de los Gatos.

El edificio en cuestión es de finales del siglo XIX. Lo más antiguo corresponde a la tienda pequeña, donde se partía la chacina. Allí había vestigios como una gigantesca caja de caudales que no se abría nunca, una caja registradora National que no pasaba de marcar 99,95 pesetas, la instalación de gas que durante la Guerra Civil y los años cuarenta sirvió a menudo como consecuencia de los cortes de fluido eléctrico y los simulacros de bombardeos.

Diez años después de arribar a Sevilla, Marciano amplió el negocio comprando la mercería Naranjo, sita en Lineros, 4, donde abrió la espaciosa tienda, que se conservó sin cambios entre otras cosas porque los clientes no querían. Se conservaban  aún las cartillas de racionamientos en añejas carpetas, una factura en la que se reseñaban veinticinco piezas de jamón que totalizaban 95 kilos y que se vendían a 6,55 el kilo, allá por junio de 1937.

Cuando se comenzó a usar la costumbre de regalar las cesta de Navidad, el jamón de Casa Marciano, presidía las mismas y eran llevadas a todas las casas de postín sevillanas.

En Marciano había un personaje que es algo así-y perdón por el símil-como una reliquia que burlaba las leyes de físicas y químicas. Se trataba del ingente jamón que de vez en cuando lucía en los escaparates. En Casa Marciano se conservaba la foto de una cochina a la que perteneció, un imponente animal de Montánchez del que sólo la pata pesó treinta y ocho kilos en fresco. Lo reservó para admiración de la clientela, que aunque con el tiempo mermó, seguía acaparando la atención completamente de todos, por su enorme tamaño, aunque lo milagroso es que se conservara incorrupto, sin polillas,ni picaduras, ni gusanos, y con el único cuidado de untarle aceite de vez en cuando. La "gracia" de Marciano por este hecho adquirió gran popularidad,  no era extraño que los turistas se fotografiaran junto al monumental jamón.

En 1977 moría Marciano, destacado comerciante durante décadas que simbolizaba el prestigio en todo tipo de chacinas y embutidos, quesos...el negocio pasó a su viuda. Capítulo especial eran las bodegas interiores donde uno de los más exquisitos alimentos con que cuenta la Humanidad acaba de curtirse , o al menos se conservaba como en la sierra, con su capa de moho, el grado de humedad justo, herméticamente reservado salvo por un respidadero, colgado de vigas de madera. Aquello era un santuario de los mejores aromas que cabía imaginar. Y nada de cámaras frigorifícas .

Se nos decía: -"El cerdo debe moverse, y comer bellota de montanera. Antiguamente se mataba al cochino con un cuchillo, no con máquinas y electrocutando como se hace ahora. Se abría en canal, se le desangraba bien, se les sacaban las vísceras y se dejaba abierto en los patios, en los días fríos, se cortaban con cuidado las piezas y se apilaban en sal, poniendo una capa de jamones y otra de sal. Allí se tenía un tiempo proporcional al peso, por ejemplo: si tenía cinco kilos, seis días. Después se lavaban y se colgaban en los secaderos altos. En junio se bajaban a las bodegas para la terminación de la curación. La matanza tenía lugar desde mediados de noviembre hasta abril, y la cura duraba entre uno y dos años. Cuando eran muy grandes, a los dos años todavía no se podían abrir porque estaban frescos.

Entre el mostrador y la clientela, se seguía dando el mismo diálogo de hace décadas: el del buen servicio, la diligencia, el orden y la meticulosidad...

Perteneció Casa Marciano a esa Sevilla que se nos fue y de grato recuerdos para muchos sevillanos y foráneos.

  
Interior del célebre comercio de Casa Marciano
              


  

miércoles, 26 de diciembre de 2012

OS DESEO FELIZ NAVIDAD, 2012

A todos mis seguidores, con afecto y mis mejores deseos para estos días. Un fuerte abrazo. Mari Carmen

sábado, 22 de diciembre de 2012

Un recuerdo de Sevilla

Recuperando la Sevilla que se nos fue: Los Tranvías sevillanos, un buen documento histórico muy curioso.

martes, 18 de diciembre de 2012

RECUPERANDO LA MEMORIA DE SEVILLA: LAS SIETE PUERTAS, II

Promoción de las rebajas de Las 7 Puertas

Plaza de la Encarnación, años 50, cercana a Puente y Pellón, donde estaba el comercio de Las Siete Puertas, arteria comercial sevillana.









La existencia de tantos años es el saldo de estos grandes almacenes en los que se ha surtido a la Sevilla popular que va del mantón de Manila y la pelliza a la sábana hecha y todo tipo de tejidos. Los 153.000 duros que pagaron los compradores del edificio para sacar de su postración al más joven de los hermanos, sin trabajo por enfermedad, y el neón de los rótulos. Popelín, cresatén, gabanes, crespones, panas, pañería y una interminable listas de materiales desaparecidos son los mismos con los que está construida la imagen en sepia de una Sevilla de corral y gorra presente ya sólo en el celuloide de Pérez Lugín.

Son los mismos almacenes que se vieron obligdos a vender carne de membrillo durante la Guerra Civil del 36. Los que no cuentan entre sus numerosísimos clientes con aristócratas alguno, y sí mucha gente de barrios, pueblos...pero, sobre todo, los que vistieron a la Sevilla trabajadora; no en vano se llegaron a vender sesenta mil mantones a los pocos años de abrir sus Siete Puertas, el entrañable almacén. ¡Qué contento no se sentiría D. Gabriel Teruel, cuya lesión cerebrar le había granjeado la pérdida de su puesto laboral en "Los Caminos", cuando al volver a tomar su cargo la mantonería, ya en "Las Siete Puertas", alcanzó tan alta cota de ventas! En efecto, todo empezó cuando D. Dionisio Teruel, apoderado de "Los Caminos", se vió angustiado por la dolencia de su hermano menor. Reunió a Benito, Manuel y Gabriel, les manifestó lo insostenible de la situación, y entre todos fueron capaces de poner las 565.000 pesetas de entonces para establecerse independientemente.

EL PIANILLO, MUY POPULAR HASTA LOS 80
Así, Manuel se ocupó de los paños, Gabriel de los mantones y Benito se convirtió en representante de la firma en Barcelona.

Por intrincadas vías genealógicas, la casa llega a manos de Iglesias, Pérez y Soro, apellidos que hoy dan nombre a la S.A propitaria. Pero hay un punto común entre muchos empresarios que han tenido participación en Las Siete Puertas: la Rioja, zona de procedencia de la familia, y particularmente Rabanera y Laguna de Cameros.

Fue Joaquín Iglesias gerente y Joaquín Calonge, más de cincuentanaños en la casa, son las voces autorizidas por cuyos testimonios es posible recomponer épocas en las que se vendían pellizas a miles, (hoy se ven en el Rocío, y hacerlas cuestan cien veces más): popelín, finísima tela para las camisas de la población rural; patén para los pantalones; lienzo moreno, se vendían por centenares, opales, y cresatén para la ropa interior femenina, fajas para costaleros, gabanes, cuando ahora no se venden abrigos....

Seguidores, eran tiempos en que se hacían los calzoncillos expresamente al tiempo de casarse...¡Qué tiempos! Había un gran colectivo de sastres por toda la ciudad que garantizaban la buena pañería.

La Guerra Civil supuso un palo muy considerable, hasta el punto de que fue preciso recurrir a la venta de calzado, y hasta de la carne de membrillo. Señores, por aquel entonces no existía la floreciente Hytasa, proveedora mayoritaria de Las Siete Puertas, pero sí La María, fabricante que tenía el taller en Capuchinos. Muchas mujeres cosían entonces para la casa, cuyas entregas se hacían a través de una escalera específica con entrada aparte. Tembién hubo internos en Las 7 Puertas, hasta el año treinta, y algunos abandonaron la empresa por un asunto de preferencia en la mesa a la hora de comer. Las hermanas de la Cruz, que hasta de Valladolid hacen pedidos...

Haciendo cuentas, pasan de tres mil empleados en la historia de este veterano y destacado comercio sevillano, desde que los hermanos Teruel fundaran Las Siete Puertas, por la que pasaron tantos trabajadores, muchos de ellos titulares de hoy de comercios esparcidos por la provincia. Parte de un paisaje que ha sabido combinar la tradición con algo que está en el candelro: la reconversión.

La casa romántica del marqués de Sortes y el mesón del Burro

Los fundadores de Las Siete Puertas compraron el edificio al marqués de Sortes, que tenía un caserón en la calle Dados. La casa todavía conserva no pocos restos del esplendor y la estructura de su antiguo uso nobiliario. 

Entre mis recuerdos de jovencita, están las vigas labradas de los techos de las dependencias que albergaban los almacenes y que hoy se encuentran semivacias, desde hace unos años. No lo conocí, pero cuentan que en los años cincuenta, durante una de las remodelaciones que tuvo la casa, desapareció la espléndida escalera que presidía un gran retrato del fundador que aún se conserva, verdadera muestra de belleza y elegancia arquitectónica.

Entre los escritos vetustos y tinteros de cerámica, luce colgado de la pared un dibujo de la primera fachada que tuvo la tienda Las Siete Puertas, de corte romántico, los siete huecos que ofrecía fueron los que dieron nombre a estos prestigiosos almacenes sevillanos. Una curiosidad: el recinto integra el que fue patio del antiguo Mesón del Burro, que sirvió para bautizar la célebre -calle Afonso X El Sabio- que la guasa sevillana añadió bajo el rótulo:
Calle de Alfondo X el Sabio.
      (antes Burro)

Se conservan perfectamente las columnas y capiteles. El edificio aún guarda muchas maletas de cuero, que en tiempos se usaban para los representantes que batian toda Andalucía y Extremadura. Se salvo del derribo la parte antigua, allí el mostrador de preciosa caoba y el suelo de mármol dan fe de tiempos gloriosos y añorados.



                      

viernes, 14 de diciembre de 2012

RECUPERANDO LA MEMORIA DE SEVILLA CASA RUBIO * I

Casa Rubio tal como la recuerdo.
                                                                        
                                                                           

       
                                                                     




COMERCIOS SEVILLANOS QUE HACEN HISTORIA: 

" CASA RUBIO"

RUBIO, UN HOMBRE DE TEATRO QUE HIZO DEL ABANICO UNA OBRA DE ARTE

A fuerza de años, algunas tiendas se convierten en museos. Tal sucede con  *Casa Rubio*, un establecimiento que a lo largo de más de cien años de historia ha mantenido inmutable su dedicación sustancial: abanicos para el verano y paraguas para el invierno. Un chaval aficionado al teatro y a los toros, predestinado por su padre a convertirse en titular de un comercio en el que empezaron afamados artistas, elevó el negocio a la categoría de taller artesanal destacado, incorporando el talento al quehacer mercantil. Un día, lo mismo que hoy los padres intentan estimular a sus hijos prometiéndoles algún regalo a cambio de aprobados, (personalmente discrepo cordialmente en esto, entiendo que hacer bien el trabajo, es lo encomendado a cumplir, no recompensar por ello, los regalos, en sus momentos). D. Carlos Rubio autorizó a su hijo, José, a vestirse de nazareno porque ya había conseguido chapurrear el francés lo justo para atender a los turistas galos que entraban en la tienda.

Un tiempo isabelino, del que todavía quedan valiosísimos abanicos de nácar labrada entre  las pertenencias de la familia. Rubio tenía un socio, de una tienda de paraguas y abanicos en la Carrera de S. Jerónimo de Madrid, y los vaivenes de la vida le trajo a Sevilla, ciudad en cuya calle Sierpes se estableció, utilizando para ello una casa en cuyo balconaje fundió los símbolos de la firma, que todavía subsisten: un bastón y un paraguas. "Fans, abanicos, eventail", es la leyenda que luce el toldo de la tienda en una foto en la que aparece un José Rubio de 17 años de luto riguroso por la muerte de su padre.

Quería ser ser actor, y ardía con la Fiesta Nacional. También le gustaba salir de nazareno, y su padre hizo de la estación de penitencia divisa de madurez, concediéndole tal gracia a los trece años, cuando ya hablaba francés, también se defendía muy bien con el inglés, a los veinte años. 

De joven, simultaneó su trabajo en la tienda con las funciones que organizaba en su casa o con amigos con quienes compartía sus gustos, tales como los Caravaca o hijos de competidores del centro. José había vivido en Madrid, adulto ya, formaría compañía de teatro y dirigería el Círculo de Amigos del Arte, que llegó a tener teatro propio en la calle Amor de Dios. Trabajó con el cómico Miguel Gómez, con Conchita Farfán, y otros buenos actores de la Sevilla de entonces.

En el planeta taurino, sin embargo, no pasó de del salón. Sí ejerció la crítica, y Manolete le visitaba antes de tomar la alternativa para oír sus sugetencias. Fue  gallista, pero no desdeñaba la clase de Belmonte, escribió un libro títulado "Diez Toreros".

Rubio, que desde 1924 hasta hace unos años tuvo su fábrica de paraguas propia, se organizaba por las exposiciones de "novedades". Sus dotes drámaticas se hacían notar cuando tiraba un telón pintados por los artistas de la casa por el patio, como fondo de las exposiciones Lo mejor fue lo destacado de la pintoresquista está en los exquisitos de sus abanicos que aún se conservan coleccionados en Casa Rubio. Artistas como Hoheleiter o Bacarisas, dejaron su sensibilidad plasmadas en escenas que hoy son museables. Junto a los grandes, trabajaron pintores que no debemos pasar al olvido, como Candela, Tejero, Almonte, Mª Teresa Cruz, Martínez de León...sus abanicos marcaron sello de elegancia y buen gusto por todo el mundo. Queda un fondo inestimable de la época dorada del abanico sevillano. De aquel mundo de sombrillas de seda, y de una furgoneta-anuncio matrícula SE-7325, con José Rubio se convirtió en pionero de la publicidad puntera en Sevilla...de manera muy objetiva y artística.

UNA SUGERENCIA DE ALFONSO XIII

S.M. la Reina Victoria Eugenia fue cliente asidua de Casa Rubio, y a veces también acudía Alfonso XIII. El monarca sugirió a Rubio sustituir el recargamiento abigarrado del modelo valenciano por algo más ligero y cuidado, así nació el abanio de plumilla, que crearía escuela y la acuarela o los fotoabanicos con rostros de celebridades: Lola Membrives, Imperio Argentina, Carmen Díaz, Pastora Imperio, Conchita Piquer...toreros como Armillita...encabezaban abanicos con su efigie y frecuentemente con preciosos versos incluidos.

La nómina de miembros de Familias Reales que a lo largo de décadas transcurridas desde su fundación han pasado por Casa Rubio se amplia con nombres como los de la Condesa de Barcelona, Dª María de las Mercedes, Doña Sofía, Amelia de Portugal, los Infantes D. Carlos y Dª Esperanza....

La estética recogida en los abanicos de Casa Rubio han marcado una época de prestigio y elegancia y está hoy repartida por muchas casas de todo el mundo, (yo tengo uno que es un verdadera joya). Cuando la ausencia de ventiladores e impermeables hacían de los abanicos y los paraguas artículos de necesidad, sus fabricantes se convirtieron en mecenas de una percepción sentimental del Universo que empezaba por Sevilla. En la actualidad, lamentablemente, las ventas se concentran en un degenerado abanico de color butano o verde chillón, liso y entero de color que desdice de una galería tan sofisticada como la de los antiguos abanicos sevillanos.

Desde mi modestito blog he querido recuperar la memoria de Sevilla, homenajeando a unos de los comercios más destacados y prestigiosos que marcaron una añorada época en Sevilla.  
     
RU 

FUENTE:

"Comercios Sevillanos que haceHistoria"
Ángel Pérez Guerra.
Ed; Castillejos



¡Aquella publicidad!
Para los que cumplieron los 50 años, recordarán a D. Rafael Santisteban, en Radio Sevilla:



"Que llueva que llueva,
la Virgen de la Cueva,
los pajaritos cantan,
las nubes se levantan"...



¡-"Pero si esto es el Diluvio"...

-"Pues cómprese un  
paraguas en Casa de Rubio"!
  
                           (Primero de esta saga, continuará)...