viernes, 28 de diciembre de 2012

RECUPERANDO LA MEMORIA DE SEVILLA CASA MARCIANO * III

Casa Marcino, años 60.


La prensa sevillana se hizo eco del enorme jamón de esta cochina, espectácular.






Cuando se entraba en Casa Marciano, nos envolvían los deliciosos aromas serranos, una ristra de exquisitos frutos de la matanza que se conservan en los secaderos interiores de este castillo del comestible, como si de los soberanos tartésicos se tratara. No en vano, Marciano creó este templo de manjares y sostuvo una casa en su aldea natal, Aguafrías, junto a Almonaster, con el objetivo de traer a la capital chacinas y embutidos insuperables.

Lo cierto es que cuando Marciano Díaz Vázquez se vino desde su serrano lugar para abrir  negocio de comestibles en la calle Lineros 6, donde hasta entonces -1928-había estado La casa de los Gatos.

El edificio en cuestión es de finales del siglo XIX. Lo más antiguo corresponde a la tienda pequeña, donde se partía la chacina. Allí había vestigios como una gigantesca caja de caudales que no se abría nunca, una caja registradora National que no pasaba de marcar 99,95 pesetas, la instalación de gas que durante la Guerra Civil y los años cuarenta sirvió a menudo como consecuencia de los cortes de fluido eléctrico y los simulacros de bombardeos.

Diez años después de arribar a Sevilla, Marciano amplió el negocio comprando la mercería Naranjo, sita en Lineros, 4, donde abrió la espaciosa tienda, que se conservó sin cambios entre otras cosas porque los clientes no querían. Se conservaban  aún las cartillas de racionamientos en añejas carpetas, una factura en la que se reseñaban veinticinco piezas de jamón que totalizaban 95 kilos y que se vendían a 6,55 el kilo, allá por junio de 1937.

Cuando se comenzó a usar la costumbre de regalar las cesta de Navidad, el jamón de Casa Marciano, presidía las mismas y eran llevadas a todas las casas de postín sevillanas.

En Marciano había un personaje que es algo así-y perdón por el símil-como una reliquia que burlaba las leyes de físicas y químicas. Se trataba del ingente jamón que de vez en cuando lucía en los escaparates. En Casa Marciano se conservaba la foto de una cochina a la que perteneció, un imponente animal de Montánchez del que sólo la pata pesó treinta y ocho kilos en fresco. Lo reservó para admiración de la clientela, que aunque con el tiempo mermó, seguía acaparando la atención completamente de todos, por su enorme tamaño, aunque lo milagroso es que se conservara incorrupto, sin polillas,ni picaduras, ni gusanos, y con el único cuidado de untarle aceite de vez en cuando. La "gracia" de Marciano por este hecho adquirió gran popularidad,  no era extraño que los turistas se fotografiaran junto al monumental jamón.

En 1977 moría Marciano, destacado comerciante durante décadas que simbolizaba el prestigio en todo tipo de chacinas y embutidos, quesos...el negocio pasó a su viuda. Capítulo especial eran las bodegas interiores donde uno de los más exquisitos alimentos con que cuenta la Humanidad acaba de curtirse , o al menos se conservaba como en la sierra, con su capa de moho, el grado de humedad justo, herméticamente reservado salvo por un respidadero, colgado de vigas de madera. Aquello era un santuario de los mejores aromas que cabía imaginar. Y nada de cámaras frigorifícas .

Se nos decía: -"El cerdo debe moverse, y comer bellota de montanera. Antiguamente se mataba al cochino con un cuchillo, no con máquinas y electrocutando como se hace ahora. Se abría en canal, se le desangraba bien, se les sacaban las vísceras y se dejaba abierto en los patios, en los días fríos, se cortaban con cuidado las piezas y se apilaban en sal, poniendo una capa de jamones y otra de sal. Allí se tenía un tiempo proporcional al peso, por ejemplo: si tenía cinco kilos, seis días. Después se lavaban y se colgaban en los secaderos altos. En junio se bajaban a las bodegas para la terminación de la curación. La matanza tenía lugar desde mediados de noviembre hasta abril, y la cura duraba entre uno y dos años. Cuando eran muy grandes, a los dos años todavía no se podían abrir porque estaban frescos.

Entre el mostrador y la clientela, se seguía dando el mismo diálogo de hace décadas: el del buen servicio, la diligencia, el orden y la meticulosidad...

Perteneció Casa Marciano a esa Sevilla que se nos fue y de grato recuerdos para muchos sevillanos y foráneos.

  
Interior del célebre comercio de Casa Marciano