sábado, 22 de septiembre de 2012

LA SEVILLA DE ANTAÑO, I


LAS VELÁS

En la Sevilla de tiempos atrás, lo pasaban bien los que se quedaban en la ciudad y disfrutaban de las velás. Así como el niño necesita jugar a la Semana Santa y se hace unas procesiones a su medida, como hemos visto (y aún se ven) en las cruces de mayo, esas unidades sociales definidas que son los barrios que hacen su feria, una mini-feria a sus medidas: Las Velás. No son verbenas en el sentido castellano  de la fiesta, sino pequeñas ferias al estilo de las de los pueblos, de características peculiares y concretas. Que son secuela de la Feria Abrileña lo demuestra el hecho de que se celebran entre mayo y julio, cuando el recuerdo de la feria palpita aún en el pueblo.

En otros tiempos todavía no lejanos, en el que el barrio conservaba una entidad más humana y se relacionaban, que se fue perdiendo poco a poco y ahora se pretende, con loable intención, recuperar, eran muchos los barrios que organizaban su velá, bien con motivo de la festividad del santo que les daba nombre, bien en un fin de semana determinado. El progresivo quebranto y degeneración de la identidad del barrio como habitat ha dado al traste con la mayoría de estas festivas y recordadas manifestaciones de sana convivencia, participando, en la diversión.

Las velás duraban de dos a cuatro días, según liquidez de presupuesto de la comisión organizador de turno, e incluían exorno y profusa iluminación de la calle principal del barrio -generalmente comercial -, montaje de un tablado para música, baile y atracciones parateatrales, (cante, danza, rapsodas, caricatos, murgas, rondallas), artilugios de calesitas, barracas de atracciones, tómbolas, chiringuitos y tenderetes de calentitos y buñuelos y demás degustaciones. Las respectivas comisiones organizaban diversos concursos artísticos -de cante, baile, disfraces, atavíos típicos,(mantones de Manila), guitarra, chascarrillos, etc y depotivos -carreras de ciclistas, pedestres, de cintas, de sacos, partidos de fútbol -como en cualquier pueblo, que gozaban de gran popularidad y tenían la virtud de congregar al vecindario dentro de un entorno lúdrico y cordial, cumpliendose así una misión social de incalculable valor. La velá era el motivo para que las mujeres volvieran a vestir la bata de lunares y el ria-ria-pitá de los palillos resonaban en señal de alborozo o baile.

Una de las más populares velás de barrio del siglo XX fue la de San Juan de la Palma, llegué a conocerla por los pelos. En la Plazuela de Los Carros, me gustaba subir a "las barquitas", especie de "Tiovivo", vestirme de "gitana", pintarme las uñas y los labios, (me veía muy "interesante" y mayor), con mi moño bajo y los caracolillos en las mejillas, al estilo de Estrellita Castro, regresaba a casa refunfuñando, porque quería estar más tiempo. ¡Qué tiempos aquellos! Celebrada entre las festividades de S. Juan y S. Pedro. Desde que, en tiempos de la Exposición Iberoamemericana, nació la barriada de Heliópolis, esta se distinguió por su velá. Pero la verdadera reina indiscutible de las velás sevillanas, ha sido y es la trianera de Santa Ana, que ha quedado como la velá por antonomasia, no tanto por el declive de otras, sino por sus peculiaridades, como son la presencia del río, que la distingue sobre todas las demás y, sobre todo, por la talla humana del trianero. Al celebrarse en días caniculares - Santiago y Santa Ana en el calendario -le imprime a esta velá además de una preponderancia nocturna, la caresterística singular de utilizar las aguas del Guadalquivir como lugar de esparcimiento, juego, deporte y refresco. Así, el simpático juego de la Cucaña ha quedado como símbolo y los fuegos artificiales acuáticos como colofón anhelado.

El tablao que se alzaba en el Altozano  ha conocido, a lo largo de los años, las mejores bandas de música, los más afamados cantaores, los populares caricatos, las más típicas murgas sevillanas,  pisaron sus tablas  las más célebres estrellas de la copla y del baile, -para mí- sobre todas una: Dª Matilde Coral, Sevilla siempre estará en deuda con esta genial bailaora trianera por su brillantísima y fecunda aportación al ARTE. Es poseedora de la única Llave de Oro al Baile Flamenco, otorgada en en año 1.972. Lo destaco por su singularidad, ya que tiene todos los premios, medallas y títulos habidos y por haber. Felizmente entre nosotros y por muchos años más.

El paso del tiempo y la degeneración que ha sufrido que  con el abanono y consecuente ruina del caserío tradicional, -los corrales-, el cinturón de barriadas funcionales, (algunas bastantes feítas). Las nuevas barriadas, después del derribo de los viejos Corrales de Vecinos, no parecen sevillanas, ese tipo de edificios, también los hay en Badajoz, Ceuta, Murcia...A  surgido en todo su entorno y la dispersión de la vecindad hacia colmenas del extrarradio ha desfigurado en parte la identidad  trianera. Si la Velá de Santa Ana  mantiene todavía su esplendor se debe principalmente a la aludida talla humana del trianero, porque nacido en el antiguo arrabal, aunque viva actualmente en Alcosa, Camas, Gines...sigue siendo trianero por todos los cuatros costados, (los padres les mantiene ese culto). Y las avellanas verdes siguen vendiéndose junto a las sardinas asadas en afirmación de la vitalidad e identidad trianería como condición inigualable que imprime carácter...
Dos artistas únicos: Matilde Coral y Rafael El Negro.



Datos históricos recopilados