miércoles, 16 de febrero de 2011

SUS MANOS



RELATO
























Entre los recuerdos de mi niñez, uno de ellos que me dejó huella de por vida era que sus más hermosas manifestaciones de cariño no brotaban tanto de sus labios (que también), como de sus mágicas manos.







Por aquel entonces, mi padre tuvo muy acusadamente el afán de superación. Quizás por eso le gustaba tanto construir diversas cosas, pero para los demás: sus creaciones me daban la sensación de eternidad, decia: -"Un Dr. se equivoca y sobrevive el error,-me decía-. "Pero si un constructor comete el error, éste le sobrevive".







Él estaba siempre haciendo cosas, trabajos manuales. Cuando de pequeño, serró a la mitad las patas de la mesa del comedor de la escuela, en la hora del recreo, para poder sentarse ante ella con mayor comodidad. No razonaron con él, lo castigaron por esta hazaña...pero aprendió el valor de resolver los problemas con sus propias manos...y que hay una jerarquía.






A los 11 años, ya había construido una bicicleta con piezas de deshecho. A los veintitantos años hizo igual con un coche viejo, para llevar a la abuela a la consulta del médico, pasearla, llevarla de compras, a misa, etc. La abuela quedó semi impedida debido a un grave accidente. Trabajó arduamente en el automóvil cada rato que disponía, después de la jornada laboral, sus manos fuertes y encallecidas engrasaron y ajustaron con amoroso cuidado las piezas, ilusionado,hasta que que el coche se deslizó tan suavemente sobre la calzada, como el de los muchachos pudientes.









Papá era un hombre cabal, práctico e inteligente...y muy cariñoso. No entiende de sofisticadas matemáticas, pero sabe estupendamente cuánta presión necesita una caldera.






Él no dibujaba muy bien un plano arquitectónico, pero sabe si la tubería y la instalación eléctrica soportarán con garantias el peso de la estructura. Se pagó los estudios en la escuela nocturna, eso sí, después de haber trabajado como electricista, fontanero y carpintero.






Tenía yo unos siete años cuando mi familia compró una casa. Para mamá, la casa estaba bien, habitable. Pero él se empeñó en cambiar el sistema de calefacción, decorar con azulejos sevillanos el porche, y cambiar todos los baños.






La Nochebuena estaba ya muy próxima, algunos pisos estaban cubiertos con sábanasy tenían bonitos muebles, pero amomtanados en el centro.






Mamá estaba decidida a celebrar las fiestas y poner el Nacimiento en nuestro hogar, que era todo un rito en casa, nos producía ilusión, y jolgorio, nos envió a papá a mis primos y a mí a comprar adornos: "nieve", corcho para las "montañas"...nos entregó una lista completa.






En el camino, pasamos por el escaparate de una juguetería. Allí estaba la casita de muñecas más bonita que había visto. Tenía la forma de un tronco colocado verticalmente. Sus ventanitas ovaladas, con alegres cortinas de algodón, enmarcadas por pequeños balconcitos.






-¡Ay, papá!- exclamé- ¡qué bonita que es! ¿Crees que si se la pido a los Reyes Magos me la traerán?






Mi padre se fijó en la etiqueta del precio 5.000 ptas, de la época, cantidad exorbitante entonces.






-Huy, hija, creo que no es posible, ni ellos podrían comprarse esta casa-dijo bromeando, subiéndose el cinturón, como suele hacerlo cuando está nervioso.- Quizás en otro momento mejor, mi niña.






La mañana de Navidad, me desperté temprano y bajé corriendo. Vi gran variedad de cajas envueltas bajo un arbolito que adornó mamá, pero ninguna lo bastante grande para contener "mi" casita de muñecas.






Papá notó mi desencanto. Me sentó en sus rodillas y me contó cariñosa y pacientemente cómo, de niño, él había deseado una vagoneta roja, pero su padre no pudo comprársela.






-¿Y qué hiciste?-pregunté.






-Me hice una de madera y le puse unas ruedas viejas que encontré-repuso- ¿Sabes una cosa? Ese juguete significó mucho más para mí que cualquier vagoneta comprada.El abuelo me ayudó y echábamos muy buenos ratos juntos.






-Pero yo no sé hacer una casa de tronco, papá-me quejé.






-Entonces, la haremos juntos, mi niña-me aseguró.





Después de las fiestas, a pesar del trajín en la casa, empezamos a construirla. Lo primero. papá cortó en tiras diversos trozos sobrantes y los clavó en círculos a una base; me enseñó a desbastar los cantos. Más tarde, serró la base a la mitad y colocó las bisagras en uno de los lados, para que el "tronco" pudiera abrir y cerrar.





Noche tras noche, papá regresaba exhausto del trabajo, pero con ilusión de echar un rato junto a mí y trabajar en la casita con todo su primor. Reunió trozos de papel tapiz para muros, y empalmó los dibujitos con tanto esmero como si estuviera arreglando la cocina de mamá. Veteó el exterior en color canela, estudiándolo a distancia, para asegurarse de haber logrado el efecto deseado. como ya era costumbre en él, mejoró el modelo original.Mi padre trabajó con empeño cuatro meses, resultó ser el mejor regalo que anhelara una niña. Mucho tiempo después que dejara de jugar con muñecas, la bajaba del desván para admirarla y recordar aventuras de aquellos maravillosos meses en que observaba a papá dar forma a mis sueños.





Años después volé del nido. De pronto, tuve que depender de mi misma para ajustar tornillos, pegar el florero roto. Cuando mis padres fueron a visitarme, dimos un paseo por la ciudad y les mostré las tiendecitas preferidas, la cafetería, y el kiosco de prensa y chuches.- Nos detuvimos frente al escaparate llenos de objetos de madera pintadas a mano. -Este es "El Palacio del juguete", les informé.-Tiene el mueble más bello del mundo".Intrigados, me siguieron al interior. Al fondo, había un enorme armario de roble. Una hilera vertical de florecitas y corazoncitos rojos ornamentaban el centro de las puertas. También tenía un gran cajón. Mi padre estudió y remiró el bello mueble con detenimiento absoluto.


-Podría construirte uno igual.


-¡Ay papá!-exclamé- Esto es una obra de arte.


Las manos de mi padre soltaron lo que estaba examinando. Cerró las puertas de roble y dió un paso atrás, como un adolescente ante una hermosa chavala que acabara de rechazarlo. Enseguida intuí que lo había molestado, pero no queria aceptarlo, cosa no habitual en mí, cuando mis padres se fueron , el incidente pareció olvidado.


Volví de vacaciones a casa, subí corriendo a mi cuarto, y ahí, bañada por la ambarina luz de la tarde, estaba una réplica exacta del armario de la tienda. Cuando me acerqué más y lo cogí entre mis manos, observé que en muchos aspectos era mejor.


Me volví, y pude ver a papá, nervioso, me observaba, subiendose el cinturón.


-¡Papito!- dije: no lo había llamado así desde niña.-¡ Es bellísimo! Es en verdad toda una obra de arte! ¡¡¡Me encanta!!!


Se acercó a mi y me abrazó tiernamente. Sus nudillos mostraban las cortaduras y arañazos, a medio sanar, de muchos días de rudo trabajo.


-Al fin de cuentas, tu viejo padre aún sirve para algo.comentó sonriente-.


Después, con orgullosa impaciencia, abrió el armario para que viera los detalles adicionales que siempre hacen de sus creaciones algo muy especial. Me mostró un cajón secreto.


-Para tus joyas-me aclaró-. Ufanamente me enseñó también una palanca que desconectaba el cajón de la base del resto del mueble, y me dijo:


-Para el día que te vayas lo puedes trasladar más fácilmente.


-Papá, -nunca me voy a ir-repuse, impulsiva.


-Yo espero que sí, hija-contestó-Puedo construir cosas, pero no tu vida. Lo único que podré hacer será ayudarte a construirla.


Mi padre, con el paso del tiempo, se hizo muy mayor. No siempre recuerda mi cumpleaños, o el aniversario de nuestra boda, y se hace un lío con los años que tengo...


Pero me basta con mirar a mi alrededor para ver las pruebas de su cariño. Restauró para mí la mecedora de la abuela, mi preferida. Pasó varios fines de semana en mi primer apartamento cambiando la instalación eléctrica...Y cuando perdí la piedrecita azul de mi sortija, hizo maravillas con masilla y un toque de pintura...¡Quedó magnifica!


Sus palabras aún las oígo, son: -Papá lo construirá-. El centro de su vida fue su familia. Él dedicó su vida a formarnos, mejorar y repasar las partes más valiosas de las nuestras, a crear. Nos dió el mayor tesoro que puede ofrecer un esposo y padre ejemplar: su amorosa entrega y una parte sublime suya: SUS MANOS.